Hay existencias que viven retiradas, o en el retiro. Hacen del Bosque, o de la Nada, su lugar de amparo. Amparar significa 'proteger parando o deteniendo algo'. Quizá sea el frío existencial, el infierno de los otros, o la infección del nihilismo, lo que explica que tantos hombres, literarios y reales, hayan hecho de su existencia un exilio, o del exilio de sí un modo de vida. Sería tedioso describir cada una de estas figuras, ya encerradas entre vitrinas de palabras y pasajes emblemáticos. Por citar algunos, es el caso de Bartleby de Melville, del Emboscado de Jünger, de Wakefield de Hawthorne, del Venator de Eumeswil, de Rick de Casablanca, o de Kurtz de Apocalypse Now.
Lo fascinante de estas figuras no es tanto el modo como sobreviven a la tempestad, es decir, la manera como sus almas encarnadas acaban creándose un lugar desde el que seguir respirando, sino el hecho de que vivan retirándose de la sociedad, o, mejor dicho, el hecho de que la sociedad vaya retirándose de ellos. Para quien no tiene casa, la noche y el frío son las verdaderas fuerzas disgregadoras que impulsan a encontrar calidez bajo el amparo del fuego. En cambio, para quien hace de la intemperie su casa, la noche y el frío son el terreno propicio para plantarse y crecer. Lo inhóspito se convierte para ellos en el reclamo perfecto con el que ensayar alternativas existenciales. Por lo mismo, la inhospitalidad ya no es algo de lo que huir o cobijarse, sino lo único confiable en un mundo demasiado cálido para abrigar a almas enfriadas.