lunes, 23 de marzo de 2020

Cultura higiénica

Me pregunto cuánto tardarán los grandes almacenes y supermercados en ofertar las raciones de miedo. Por lo pronto nos advierten de cuidar que no nos empachemos, no vaya a ser que nos indigestemos y no volvamos en unos días. Imagino que irán en paquetes individuales y familiares, como cuando se anunciaron los primeros Donuts ochenteros o aquellos pastelillos hipercalóricos rosáceos de la pantera, sólo que por entonces podíamos relamernos los dedos sin miedo a que una bocina nos llamara la atención. Incluso dejábamos que nuestras madres nos limpiaran con aquellos clínex usados. Ahora que ya no se podrá echar de menos la cultura del guarrismo estaría bien que, al menos, nos dieran instrucciones más claras para movernos en la nueva. Por mi tendencia hipocondríaca llevo desde los comienzos encerrado en mi casa, casi sin tocar las barandillas de las terrazas, no vaya a ser que el cierzo nos traiga alguna de esas bolsas apestadas, y ahora que al fin me lanzo descubro que hay ya toda una cultura higiénica instalada. ¿Será el higienismo la nueva enfermedad de la OMS?



Había verdaderos avezados cambiándose de guantes, y otros parecían que circulaban por espacios espectrales guardando yo qué sé qué línea imaginada. Me estaba preguntando, mientras compraba mis lechugas, a lo guarro, pero con guantes, qué difícil sería ahora discernir al esquizofrénico del que no lo es, con tanta línea y sombra imaginarias. Para más inri, mientras torpemente despegaba una de esas bolsas con mis guantes ya apestados, y han empezado a rodar las naranjas de mi carro que estaba caído, más de uno ha botado como si mis naranjas fueran aspersores esparcidores de virus. ¿Habrá quién domine el arte de la caída cayendo a metro y medio del pobre que esté al lado? ¿Y qué norma habremos de seguir cuando veamos que alguien no se levanta del suelo? ¿Qué protocolos se crearán contra la indigestión del aislamiento? ¿Olvidaremos la cultura del guarrismo saludando a la nueva higiene a distancia?


Undécimo día

Lo que no se llevó el cierzo

A mi hermano, que se ha pasado a la bicicleta estática

Si hace unos días alguien reclamaba o recordaba o reivindicaba, con toda la fuerza con la que puede hacerlo la persona singular, la vuelta a la cultura del contacto y de fuegos existenciales que antaño generaban comunidades de hombres y mujeres, ahora, con la nueva política confinada, y constreñida, aquella llamada a la libertad resulta absurda o de otro tiempo. ¿A quién se le ocurriría volver a la cercanía y la proximidad cuando el globo mismo es un repelente existencial y ya hay pinchos que nos separan? ¿Acaso no estamos ya con respiradores artificiales aspirando el aire que nos dicen y espirando el que nos dejan? ¿Acaso no parecemos ya ratas en un mundo de cepos y trampas? ¿Acaso el aire limpiado no es también artificial? ¿Acaso hay fuego que alumbre las vidas conectadas? ¿Acaso no nos fue ya robado el derecho al arropo y a la intemperie? Si hace unos días todavía era posible la llamada al fuego y al bosque, ahora serán la llama y el bosque los que tendrán que acudir a nuestra busca.


Aquí y ahora, a las 0:00 horas, en la noche, en medio de ningún sitio, cuando todavía puedo pensar y miro a mi alrededor, como apestados unos de otros, teniendo que asaltar los balcones para decirnos buenas noches y no pudiendo despedir a los difuntos como dios manda, me pregunto si esto no se nos está yendo de las manos, a los unos por demasiadas visiones, a los otros por demasiado obedientes. Y me lo pregunto cuando el cierzo de Zaragoza, que yo lo veía más allá del Moncayo, también me trae el todos a una mientras aplausos televisados replican en los balcones. ¿Seré el último hombre en medio de la noche? ¿Seré el último hombre que todavía respira? ¿Podré al menos abrazar la Luna? Decía Descartes mientras veía quemarse la cera que si pensaba era porque existía, pero quizá sea el momento de no pensar tanto y meter la mano en el fuego para ver si es la propia la que se quema. Porque de esto va la cosa, de no dejar que nos roben lo que, al menos una vez, fuimos.


Décimo día