Me pregunto cuánto tardarán los
grandes almacenes y supermercados en ofertar las raciones de miedo. Por lo
pronto nos advierten de cuidar que no nos empachemos, no vaya a ser que nos
indigestemos y no volvamos en unos días. Imagino que irán en paquetes individuales
y familiares, como cuando se anunciaron los primeros Donuts ochenteros
o aquellos pastelillos hipercalóricos rosáceos de la pantera, sólo que por
entonces podíamos relamernos los dedos sin miedo a que una bocina nos llamara
la atención. Incluso dejábamos que nuestras madres nos limpiaran con
aquellos clínex usados. Ahora que ya no se podrá echar de
menos la cultura del guarrismo estaría bien que, al menos, nos dieran
instrucciones más claras para movernos en la nueva. Por mi tendencia
hipocondríaca llevo desde los comienzos encerrado en mi casa, casi sin tocar
las barandillas de las terrazas, no vaya a ser que el cierzo nos traiga alguna
de esas bolsas apestadas, y ahora que al fin me lanzo descubro que hay ya toda
una cultura higiénica instalada. ¿Será el higienismo la nueva enfermedad de la
OMS?
Había verdaderos
avezados cambiándose de guantes, y otros parecían que circulaban por espacios
espectrales guardando yo qué sé qué línea imaginada. Me estaba preguntando,
mientras compraba mis lechugas, a lo guarro, pero con guantes, qué difícil
sería ahora discernir al esquizofrénico del que no lo es, con tanta línea y
sombra imaginarias. Para más inri, mientras torpemente despegaba una de esas
bolsas con mis guantes ya apestados, y han empezado a rodar las naranjas de mi
carro que estaba caído, más de uno ha botado como si mis naranjas fueran
aspersores esparcidores de virus. ¿Habrá quién domine el arte de la caída
cayendo a metro y medio del pobre que esté al lado? ¿Y qué norma habremos de seguir cuando veamos que
alguien no se levanta del suelo? ¿Qué protocolos se crearán contra la indigestión del
aislamiento? ¿Olvidaremos la cultura del guarrismo saludando a la nueva higiene
a distancia?
Undécimo día