martes, 21 de abril de 2020

El árbol que nadie ve

Día 39.

No se engañen. El confinamiento no es una lavadora espiritual que nos devolverá renovados a tiempos más puros. Pese al empeño de pregoneros espirituales, que aprovechan cualquier ocasión para vender las esperanzas de siempre, las transformaciones siguen sin atender a velocidades y lentitudes. De hecho, que la moda de tiempos alborotados sea profesar filosofías del sosiego no significa que a este se llegue por una ralentización. Más me temo que la quietud no admite contrario, como cualquier otra cosa. ¿O tienen contrario las fragancias, las piedras y las nubes?

El confinamiento, si ha de sacarnos de algo, es de la necesidad de tender al otro, aunque sea hacia el viejo árbol que nadie ve. Como cualquier reclusión, solo nos devolverá la esperanza de seguir acompañados.


"EL VOCIFERAR, GRITAR, alborotar y chillar de fuera: transformado en murmullo del pueblo y ruido del mundo. Vamos, adelante, regresar a los otros, con muchas sílabas, con muchas ganas de hablar." (Peter Handke, Ensayo sobre el lugar silencioso)