martes, 5 de marzo de 2019

La insoportable sensación de ser

¿Y si llegó a ser un héroe de la aviación solo por no poder experimentar el peso de cada paso? ¿Y si escribió diez mil páginas con las más arduas reflexiones solo por no poder estar con los próximos? ¿Y si dio veinte vueltas al globo solo por no soportar el olor a raíz? La insoportable sensación de ser puede explicar tantas cosas que, a veces, atribuimos éstas a factores que, por efímeros, en realidad no pueden fundamentar ni explicar nada. ¿Por qué habríamos de sentir deseo de despegarnos del suelo, de las gentes o de las raíces, si no es suponiéndonos una animadversión creada desde los comienzos? Sí, todo se explica mejor si (nos) reconocemos que, en el fondo, se trataba de algo más sencillo. Quizá una aversión, un rechazo a algo que, de suyo, lo admite. La mirada del recién nacido no deja de asombrarse, de cada movimiento, de cada matiz, para después despertar atracción hacia unos y animadversión hacia otros. ¿Pero cómo podría ser de otro modo?
 
Removieron la paja con unas varas y encontraron en ella al artista. «¿Todavía ayunas?», preguntó el vigilante, «¿cuándo piensas dejarlo definitivamente?» «Perdonadme todos», susurró el artista del hambre; solo el vigilante, que tenía la oreja pegada a los barrotes, pudo oírlo. «Claro que sí», dijo el vigilante y se llevó el índice a la sien para sugerir al personal el estado mental del artista, «te perdonamos». «Siempre he querido que admiraseis mi capacidad de ayuno», dijo el artista del hambre. «Y la admiramos», dijo el vigilante en tono condescendiente. «Pero no deberíais admirarla», dijo el artista. «Pues entonces no la admiraremos», dijo el vigilante, «¿por qué no deberíamos admirarla?» «Porque tengo que ayunar, no puedo evitarlo», dijo el artista. «¡Vaya, vaya!», dijo el vigilante, «¿y por qué no puedes evitarlo?» «Porque», dijo el artista del hambre alzando un poco la cabecita, con los labios estirados como para dar un beso y hablando al oído mismo del vigilante, de modo que no se perdiera nada, «porque no he podido encontrar ninguna comida que me gustara. De haberla encontrado, créeme que no habría hecho ningún alarde y me habrá hartado como tú y todo el mundo.»” (Franz Kafka, Un artista del hambre)