¿Y si llegó a
ser un héroe de la aviación solo por no poder experimentar
el peso de cada paso? ¿Y si escribió diez mil páginas con las más arduas
reflexiones solo por no poder estar con los próximos? ¿Y si
dio veinte vueltas al globo solo por no soportar el olor a raíz? La insoportable
sensación de ser puede explicar tantas cosas que, a veces, atribuimos éstas a
factores que, por efímeros, en realidad no pueden fundamentar ni explicar nada.
¿Por qué habríamos de sentir deseo de despegarnos del suelo, de las
gentes o de las raíces, si no es suponiéndonos una animadversión creada desde
los comienzos? Sí, todo se explica mejor si (nos) reconocemos que, en el
fondo, se trataba de algo más sencillo. Quizá una aversión, un rechazo a algo
que, de suyo, lo admite. La mirada del recién nacido no deja de asombrarse, de
cada movimiento, de cada matiz, para después despertar atracción hacia
unos y animadversión hacia otros. ¿Pero cómo podría ser de otro modo?
“Removieron la paja con unas varas y encontraron en ella al
artista. «¿Todavía ayunas?», preguntó el vigilante, «¿cuándo piensas dejarlo
definitivamente?» «Perdonadme todos», susurró el artista del hambre; solo el
vigilante, que tenía la oreja pegada a los barrotes, pudo oírlo. «Claro que
sí», dijo el vigilante y se llevó el índice a la sien para sugerir al personal
el estado mental del artista, «te perdonamos». «Siempre he querido que
admiraseis mi capacidad de ayuno», dijo el artista del hambre. «Y la
admiramos», dijo el vigilante en tono condescendiente. «Pero no deberíais
admirarla», dijo el artista. «Pues entonces no la admiraremos», dijo el
vigilante, «¿por qué no deberíamos admirarla?» «Porque tengo que ayunar, no
puedo evitarlo», dijo el artista. «¡Vaya, vaya!», dijo el vigilante, «¿y por
qué no puedes evitarlo?» «Porque», dijo el artista del hambre alzando un poco
la cabecita, con los labios estirados como para dar un beso y hablando al oído
mismo del vigilante, de modo que no se perdiera nada, «porque no he podido
encontrar ninguna comida que me gustara. De haberla encontrado, créeme que no
habría hecho ningún alarde y me habrá hartado como tú y todo el mundo.»” (Franz Kafka, Un artista del hambre)