Se dice que somos seres sociales porque necesitamos de la sociedad para vivir y sobrevivir. ¿Acaso alguien puede ser médico, maestro, sastre, zapatero..... de sí mismo? De hecho, modelos políticos pujantes de la antigüedad como la República o la democracia, en un principio, se plantearon como respuesta al problema de cómo organizarse ante la incapacidad de vivir como células independientes. Sin embargo, en un sentido más profundo, somos seres sociales en la medida que, lo mismo que las abejas, hormigas e infinidad de especies, no podemos vivir de otro modo. De alguna forma, estamos constituidos para tener que contar con el otro y establecer con éste relaciones amistosas o enemigas. No sólo vivimos en sociedad, sino que somos sociedad, y por ello nos resulta, si no imposible, muy difícil vivir prescindiendo de ésta (quizá, uno de los ejemplos más logrados de ello sea el del monje budista que ha conseguido petrificar sus pasiones y deseos)
Una de las pasiones que obra con más fuerza en el ser humano y nos liga a la sociedad de un modo radical es la ambición. La ambición es la pasión por la cual queremos ocupar un lugar en el mundo, en el tiempo. Es la pasión con la que pretendemos combatir el olvido y la disolución del yo. Es, quizá, la única medicina que nos alivia del nihilismo. Que el hombre sea un ser ambicioso se traduce en el establecimiento de relaciones de poder, jerarquías sociales e instituciones políticas. La ambición nos sitúa entre otros, pero también nos abre al otro de una forma tan radical que acabamos definiéndonos por nuestra relación con éste.
Sin embargo, hay quienes no soportan la sociedad. Se trata de personas solitarias, que prefieren el retiro a vivir con los demás, de ahí que su esfuerzo no lo pongan tanto en encontrar los medios para saciar su ambición como en tratar de desprenderse de ésta:
Kleist busca una actividad pausada que lo proteja de la complicada y carente de sentido cadena de acciones de la sociedad. Su idea, de inspiración rousseauniana, consiste en instalarse en Suiza y vivir como un campesino: Labrar el campo, plantar un árbol, criar un hijo.
Su sueño: encerrarse en un lugar cercano y formar parte allí del curso de la naturaleza, dejar simplemente que prospere la naturaleza exterior e interior. He aquí la ilusión del retorno a la coherencia del fenómeno de la vida en su estadio precultural, un sueño que persigue recuperar la inmediatez perdida. Para hacerlo realidad ha de alejarse de todo aquello que pueda llegar a despertarlo. Pero no lo logra: la ambición de prestigio social lo hace salir de ese sueño. Kleist había querido desprenderse de una ambición que lo ligaba al mundo exterior de la sociedad. Poco antes de su llegada a Suiza escribía a su prometida:
La despiadada ambición es el veneno de toda dicha. Por eso quiero cortar con todas las relaciones que me impulsan a sentir envidia y a competir. Pues sólo en el mundo es doloroso no ser gran cosa, fuera de él no. (en Rüdiger Safranski, ¿Cuánta verdad necesita el hombre?)