domingo, 23 de febrero de 2020

Al otro lado del silencio

Hace unos meses una insolación de realidad me hizo pensar que el exceso, ya sea de esfuerzo, de velocidad, de información, de luz, no atenta contra ningún orden, sino contra la existencia misma. Y me acordé de Ray Milland arrancándose los ojos en la secuencia final de El hombre con rayos X en los ojos. Unos ojos que no quisieron sino ver más, siempre más. ¿Será eso la pulsión de muerte? ¿Retorno al no ser?

 
Y ahora, en el día de hoy, me pregunto si el mundo no está demasiado señalizado para querer ver más o perdernos en caminos que alguna vez nos pertenecieron. Y por ahí, aunque mejor dicho, apuntan estas palabras del sabio José Miguel Valle: "Cada vez se camina menos puesto que cada vez los sitios cotidianos están más lejos (la gentrificación expulsa a las personas de los centros de las ciudades) y los trayectos son más largos (y no disponemos del tiempo ni de la energía atlética suficientes como para desplazarnos andando). Sin la parsimonia metaforizada en el caminar y en el leer y sin el silencio como acceso al musitar palpitante de las cosas, la ensordecedora sonoridad del mundo y su zumbido epocal anestesian las condiciones de la deliberación reflexiva."

sábado, 22 de febrero de 2020

Enemigos de papel

Mientras el fuego calienta bosques y praderas y los niños gritan su nombre, unos hombres en vano se defienden de aviones de papel.
 
Sueño de la Noche del 21 de Febrero

domingo, 9 de febrero de 2020

Enseñanza a un rey

En un lugar no muy lejano había un joven que se enorgullecía de todo lo que había amado. Por donde iba pregonaba la fuerza de su amor. Si recorría poblados llegaba a oídos de sus gentes, si atravesaba llanuras y montañas, eran las flores las que sabían de su amor, y si alguna vez llegaba a orillas de algún mar, cada ola sin remedio se llevaba su testimonio.

Tal fue la virulencia con la que se propagó su voz que llegó a oídos de un rey interesado en conocer sus secretos. A su llamada, el joven le confesó la historia de su amor. El primero, comenzó contándole, había sido tan puro que le descubrió la blancura de la luz, y los pliegues del viento. Y había sido tan duradero que, aún hoy, en las frías noches de invierno, allí donde la vida apenas florece, seguía iluminando las lunas y los días. El segundo amor, siguió diciéndole, le descubrió el calor de los cuerpos, la humedad de los cabellos y la vergüenza en los rostros. El tercero, más reciente, le enseñó la sal de las lágrimas, el ayer y el anteayer, el quizá y el seguramente...

Cuando el joven hubo concluido su historia, el rey le preguntó: ¿Por qué lo que me cuentas demuestra la grandeza del amor?

Porque por él, su majestad, usted puede reinar y nosotros ser reinados.

sábado, 8 de febrero de 2020

Autoaflicción cultural

Hay una tendencia creciente en los centros escolares a tener que demostrarse que son centros culturales, con iniciativas como semanas culturales, conmemoraciones y efemérides de toda índole, actos sacados de contexto pero que a todos nos saca de contexto. Uno tiene la sensación de que no trabaja lo suficiente por la cultura, o el conocimiento de sus alumnos, que sus maratonianos años de lectura y dedicación se quedan cortos para dicha labor, y que, en definitiva, no hace todo lo que podría hacer por educar bien a sus alumnos. Se trata de una tendencia inercial, que a no pocos arrastra, y que sirve además de espejo donde reflejarnos y darnos una identidad. No sé si alguna vez fuimos newtonianos, kantianos o shakesperianos, pero ahora somos "bilingües", "inclusivos" o "innovadores", algo alejado de nuestra realidad más próxima. Yo tenía en mente una idea muy distinta del sentido de las actividades conmemorativas, pensaba, ingenuo de mí, que debían de servir al único propósito de visibilizar el valor adulto del conocimiento. O eso aprendí siendo un adolescente, cuando veía a todo un centro desplegarse con la llegada de alguna figura de la literatura o de las ciencias.

Sin embargo, aquella tendencia, que empieza a ser ya asfixiante, esconde algo muy valioso, algo que siendo advertido puede devolvernos nuestra identidad camuflada. Esconde, digámoslo así, una cierta sensación de inconformismo, o de insatisfacción, que se manifiesta cada vez que alguien propone otra cosa o quiere añadir un nuevo ingrediente al plato. La insatisfacción es la llave del cambio, el motor inmóvil que todo lo mueve, incluso realidades volátiles como el conocimiento. Y ahí va mi consejo: aprendamos de ella, vivámosla hasta el fondo, y quizá descubramos qué es lo que nos pasa para querer autoafligirnos con tanta sobrecarga cultural y volvamos, aunque sea por unos momentos, a sentir bajo nuestros pies.

miércoles, 5 de febrero de 2020

Conocimiento indisciplinado

¿Eres de ciencias o de humanidades? ¿De números o de letras? ¿De esto o de aquello? Conocimiento disciplinado, es lo que hay. El conocimiento disciplinado es dócil, obediente, organizado, que hace de todo menos descarrilar. Una genealogía de la indocilidad habría que ensayar, y ver si sacamos algún grano de los que dan frutos, o árboles. No se trata de practicar algo así como una anarquía pedagógica, o propedéutica, como si respecto del conocimiento alguien tuviera la llave del gobierno. Pero, ¡por dios!, tampoco creamos que el conocimiento se deja encarrilar.

No, el conocimiento no va de eso. Conocer, me aventuro aquí y ahora, es una sola cosa, o un solo quehacer, como diría el joven Ortega, pero sin el qué. Como tal, ajeno a la disciplina. Los hay que lo quieren apresar, y hasta convertir con vistas a cierta religación. Y entonces topamos con los mesías de la verdad, que van pregonando su doctrina esperando hacer de su vida una escuela, y de su escuela una vida. Me decía un alumno enorgulleciéndose de ser popperiano (lo cual no está mal tratándose de 1º de Bachillerato) que ya en su corta existencia había tenido que combatir a idealistas y materialistas y sensualistas y espiritistas, dándose cuenta entonces que del combate también se hace bandera.

Tampoco el conocimiento admite partición o división, por muchos que sean los esquemas y organigramas que contengan nuestros libros de textos, o los vuestros, queridos alumnos. No, el conocimiento, de suyo, cabalga con libertad, y cuando se frena, o vuelve, o se estampa, también lo hace con libertad. Conocer no es propio de nadie, pero tampoco propiedad de nadie. El conocimiento es ajeno a cualquier forma de apropiación, como diría Heisenberg, deja de ser en cuanto lo quieres apresar. Conocer, quizá, sea aventurarse, sacudirse, olvidarse de sí, y con ello hacer más grande al otro.