No
son precisamente luminosos los tiempos que se avecinan desde que “el
todo vale” se ha impuesto como norma en nuestros centros escolares. “Todo vale”. Y es que la norma es que
valga. Si vale, adelante. Es el caso
de la última de las ocurrencias de nuestras autoridades educativas, en esta
ocasión, relacionadas con la urgencia de parchear una de las simas producidas por el tan
cuestionado programa del “bilingüismo”. A saber, que como tras mes y medio se
ha constatado que en determinadas especialidades no hay profesorado capacitado
para impartirlo en nuestra comunidad, por aquello de que de un año a otro se ha
elevado la exigencia lingüística de B2 a C1, los alumnos participantes de dicho
programa que llevan mes y medio sin profesor, a falta de uno, recibirán primero
los contenidos castellanizados por el de la especialidad, y, a continuación, los
traducidos por un profesor de la materia lingüística contratado para este fin.
¿Se imaginan a dos profesores correteando por las pistas de atletismo, al profesor de Educación Física lanzando las órdenes en castellano mientras el exhausto de la especialidad lingüística las va traduciendo? ¿O a otros dos
dirigiéndose a los ensayos con probetas y aguardando a que el traductor dé el
pistoletazo de salida para que –ahora sí-
los perplejos alumnos puedan iniciar sus cotidianos experimentos?
¿Pero
a quién se dirigirá el alumno en el caso de una incomprensión de contenidos: a
quien ha dado la instrucción castellanizada o a quien la ha traducido? ¿Lo hará
en su idioma o en el extranjero? ¿Y si la raíz de la incomprensión es
conceptual? ¿Quién de los dos profesores se encontrará con la legitimidad para
responder al alumno? ¿También en este caso el profesor de idiomas tendrá que
traducir la respuesta? ¿Y si el asunto tuviera lugar en las acaloradas clases
de filosofía llenas de diálogos y deliberaciones? ¿Y a quién reclamará en un
examen el perplejo alumno? ¿Al que lo haya propuesto o al que lo haya traducido?
¿Pero cobrará lo mismo el profesor de la especialidad teniendo que explicar
(se supone) la mitad de contenidos? ¿Y el exhausto traductor que por
su condición no pueda ejercer de profesor?...
Sin
duda, esta ocurrencia de nuestras autoridades no es arbitraria, ni casual, ni está
predeterminada. Tampoco ha nacido de la espontaneidad ni hubiera podido ocurrir
en otro tiempo. Es, más bien, expresión de un sentir que llevamos tiempo
soportando quienes nos dedicamos a la tarea de enseñar, y que se relaciona con esta
invasión de los lenguajes instrumentales a las áreas del saber y del
conocimiento. La sensación es que,
al final, prima sobre todo "dar solución a los problemas", para
contentar a alumnos, padres, profesores… pero obviando algo importante; a
saber, que no sabemos muy bien cómo hemos llegado a ese problema y, sobre todo,
por qué es un problema que debe formar parte de nuestra responsabilidad tratar de resolverlo. El caso es que nuevas instrucciones inundarán a partir de hoy los
pabellones o laboratorios de nuestros centros escolares, pero lo harán por
duplicado, unas después de otras, no vaya a ser que a la primera no nos
entiendan.