"Se te echa de menos, profe", "A ti también", "Un abrazo grande", son algunos de los comentarios que ando recibiendo de algunos de mis alumnos estos días en que nos hemos visto, todos, cercenados. Cercenados por una situación insólita, que de pronto nos ha dejado sin materia que esculpir, o a alguno sin aire con que respirar, y ahí los vemos con bombonas y pastillas para dormir. Porque el gentío, y el bullicio, y la mala educación, se entremezclan en nuestros lugares de trabajo con la cercanía, la proximidad, miradas de búsqueda y comprensión que nos recuerdan, cada día, que somos. Pero ahora, apantallanados, entre cables y pruebas, como formando parte de un extraño plan experimental que solo dos o tres personas conocen, como el plan del diablo del Génesis disfrazado de serpiente, o el de nuevos gurús como los de Google y Amazon, nos vemos huérfanos de aquel hálito de fe.
¿Y qué será de ellos ahora que andan al otro lado? Alumnos tozudos que ya no encontrarán donde caber, y otros chisposos que no hallarán la cerilla para provocar la risa. Y los tímidos donde recostar sus secretos. O los más extrovertidos donde exhibir su alegría, siempre contagiosa. Incluso las sillas y las mesas ya solo yacerán, y no vibrarán, como hasta muy poquito hacían, con sus chirríos, repliques y vaivenes. Sí, también ellos dirán, o pensarán, aunque sea en el instante antes de evadirse: "Se te echa de menos, profe."
Cuarto día