domingo, 24 de junio de 2007

El conocimiento, una actividad demasiado humana

Uno de los ensayos sobre educación que más me sigue cautivando es el estudio que realizó durante diez años Ken Bain sobre la metodología pedagógica que siguieron en sus clases los mejores profesores universitarios (pínchese http://www.agapea.com/Lo-que-hacen-los-mejores-profesores-universitarios-n280899i.htm) Leyendo este libro uno se da cuenta de la importancia de considerar el conocimiento como un proceso constructivo vinculado íntimamente al espíritu humano. En este sentido, el autor insinua que antes de comenzar a explicar, por ejemplo, el sistema newtoniano del mundo o la teoría de la historia de Hegel, primero es preciso entender que el conocimiento no es sólo un conjunto articulado de conceptos más o menos complejo, un sistema objetivo de conceptos, argumentos y conclusiones, sino una forma de responder a una serie de problemas previamente planteados que han llegado a preocupar y ocupar nuestro tiempo.

La concepción del conocimiento más usual que considera el saber como una sucesión objetiva de teorías malogradas oculta a mi entender la fuente del conocimiento y su vinculación con el ser humano. El conocimiento no consiste meramente en una sucesión caprichosa de sistemas conceptuales, capaces de responder o abordar de una manera más o menos satisfactoria una serie de problemas que han preocupado a la humanidad. Es también resultado de una actitud vital, de un deseo de apaciguar una serie de inquietudes íntimas y personales. Si como profesores nos quedamos con la primera concepción del conocimiento nuestra tarea y responsabilidad se reducen a entender las teorías y a usar las herramientas pedagógicas para transmitir dichas concepciones a nuestros alumnos de una forma más o menos inteligible. Por el contrario, si entendemos el conocimiento como un resultado inmediato de una actitud humana, vital, compartida por tanto también por el conjunto de personas que integra nuestra clase, nuestra tarea podrá comenzar por escuchar al alumno y así conocer su posición personal sobre el problema que se trate (que seguro ya la tiene). El siguiente paso consistirá en lograr que el alumno tome consciencia de la debilidad de su concepción y así se sienta preparado (y lo que es más importante, interesado) para aprender una teoría mejor que la suya.

El profesor entonces no debe comenzar por el inicio de la historia del conocimiento, ya sea científico o humanístico, sino por el final, es decir, debe conocer el punto de llegada antes de conducir al alumno en su búsqueda de conocimiento. Por ejemplo, he tenido este curso un alumno para quien la filosofía de Platón constituía un auténtico referente teórico desde el que solucionar el problema (su problema) de cómo prepararse para la muerte y de cómo vivir. Sería un error imperdonable permitir que este alumno acabara pensando desde la concepción de Platón, ya que ésta es a la luz de los hallazgos científicos y filosóficos precaria y errónea. Afortundamante vivimos en el siglo XXI y debemos aprovecharnos de nuestra experiencia histórica para educar mejor a nuestros alumnos, pertenece a nuestra responabilidad como profesores. El problema al que debemos enfrentarnos, en este caso, no debe consistir por tanto en hacer inteligible la cosmovisión de Platón, sino en hacer comprensible al alumno por qué la teoría de Platón no es adecuada para solucionar su problema vital (para lo cual, por cierto, la concepción aristotélica nos viene como anillo al dedo). Sólo así se descubre la filosofía como una sucesión necesaria de conocimientos y deviene la verdadera educación.