Hay momentos que llegan de no se sabe dónde y, por una palabra dicha a medias, una mano cálida que toma la tuya, o la quiere tomar, una risa que resuena hasta desvanecerse en el ruido de los porteadores, unos colores distintos de los que habitualmente borran los días, unos sillones que se hunden hasta ya formar parte de nosotros, unas luces que llegan de vez en cuando a unos ojos cansados de no dormir, una voz que entre Gin tonics se pavonea con la dulzura de los pavos reales cuando despliegan sus alas, una alumna que pide hacerse una foto contigo porque aquel día creíste en ella, y ríos de alumnos que entre timbales y carteles gritan orgullosos que ya no son alumnos de Bachillerato; un profesor que al amanecer se siente náufrago, y decide llamarse para ver si alguien responde, y otra profesora que sube a lo lejos para derramar hermosamente lágrimas de bondad. Y te dicen que ya todo aquello forma parte de ti, y te dicen que quizá tú ya formes parte de aquello, como el sueño que se entremezcla hasta confundirte para siempre.
Por eso, y por todo ello, ingresan en la llamada
eternidad.