Se
puede hacer caso a los guías y seguir las líneas trazadas, mostrar obediencia
a las órdenes y mandatos que desde la infancia nos enjaulan ante miradas
inquisitivas, o inquisidoras. Se puede atender a lo preestablecido, o a lo que
se espera de quien no ha conocido la mendicidad ni los márgenes. Entonces
habitamos lo que Bergson llamó el orden geométrico, debidamente colocado,
predecible, preciso. Sin embargo, también, podemos abandonar los rieles del
camino y aventurarnos hacia el reverso de las cosas, quizá desandando lo
caminado, quizá apartándonos de la luz. O andando sobre tejados y ver a dónde
conducen los gatos nocturnos. O doblando la esquina hacia aquel callejón que parecía no conducir a ninguna parte. Entonces, y solo cuando
abandonamos el orden geométrico, el mundo se abre de una manera nueva,
inaudita, como nunca lo había hecho antes, apta para poetas y peregrinos, para descontentos
y maleantes. Apta para ser dibujado.
“Me
metí por la calle al interior del barrio, un barrio normal de Sofía con casitas
bajas que tenían un pequeño jardín al frente y por detrás un patio o jardín más
amplio. Gracias a la uniformidad que establece la nieve, una propiedad se
fundía con la otra y todas formaban un larguísimo pasadizo blanco cuyo final
quedaba fuera de mi vista. Seguramente había un borde, una marca que establecía
el límite entre una propiedad y otra, pero como había más de medio metro de
nieve en el suelo, los límites se habían borrado y esto me permitió hacer un
desplazamiento extraordinario por todos los patios y jardines del barrio.
Caminaba alumbrado por la luz de la luna que dotaba a la nieve de un fulgor
fantasmal, iba husmeando en las ventanas que daban a los patios, una cocina, un
baño, una habitación con escobas y trapeadores, una mesa en la que cenaban dos
niños, otra en la que una pareja de ancianos miraba con extrañeza, como si se tratara
de una criatura estrafalaria, el aparato de radio que estaba entre los dos,
otra en la que un hombre solo bebía un vaso de rakia y otra donde una mujer, también sola, anotaba en una libreta
algo que había descubierto en el periódico. La experiencia era ir como
avanzando por el reverso de la ciudad. Quizá sea en el reverso de las cosas, de
los paisajes, de las personas, donde está la resistencia contra la vida
geométrica.” (Mapa secreto del bosque,
Jordi Soler)