sábado, 28 de junio de 2008

Labor del profesor


En estos tiempos que corren no está de más recordar que la filosofía, en sentido propio, nace y se alimenta de la discusión. No habría filosofía sin discusión. Esto es sencillo de comprobar: tómese cualquier filósofo y se verá que su pensamiento nace de la confrontación con otro parecer. A diferencia de otras formas de expresión, más solitarias, la filosofía necesita del otro, del discurso que nos da el otro.


Pero discutir bien no es tarea fácil, todo lo contrario, requiere al menos de la reflexión, el otro ingrediente básico que compone la filosofía. Efectivamente, en el ejercicio de la discusión lo que se busca en primer término es comprender lo que defiende el autor y luego, si es el caso, encontrar el modo de expresar las razones por las cuales no se está de acuerdo con su parecer. Por ello la discusión requiere de la ensimismación, de la reflexión, de la búsqueda y expresión de esas ideas por las que no nos sentimos conformes con lo que nos es dado.


Es una pena que los actuales programas y libros educativos de filosofía no propicien ni permitan la discusión filosófica del alumno. Éste, con su capacidad reflexiva y discursiva, aunque dispersa y precaria, se encuentra con que lo que tiene que hacer para aprobar los exámenes, sean de Educación para la Ciudadanía o de Selectividad, es estudiarse de memoria una serie de contenidos a los que desafortunadamente se les llama filosofía. Por ello invito a los profesores a que centren su ocupación en estimular y propiciar la reflexión y la discusión filosófica de sus alumnos, porque aunque esta labor sea indudablemente ardua y a veces desesperanzadora, es la única forma de que la filosofía no acabe definitivamente desapariendo en las aulas.