Durante este período de convalecencia, resultado de una leve neumonía sin mayores consecuencias, he topado con La montaña mágica (1924), una lectura que ya me había sido recomendada en varias ocasiones por diferentes personas. Imagino que conforme avance mi lectura, si otros libros de filosofía que simultaneo me lo permiten, iré escribiendo algún que otro post sobre cuestiones que ahora ocupan mi tiempo.
Quizá todavía más que el protagonista Hans Castorp, me conmueve el personaje de Settembrini, no porque me sienta especialmente identificado con él, sino por el talante progresista y edificante que encarna, pero al mismo tiempo solitario, iluso y errante. Es su pretendido amor al hombre, a la humanidad, o más concretamente, al lado espiritual que hay en el ser humano, siempre secundado por una inquebrantable fe en el progreso, lo que le mueve a intentar despertar en el joven Hans Castorp valores progresistas y humanistas.
Me parece digno de reseñar una de sus 'magistrales' lecciones, en la que, fiel a su espíritu humanista, Settembrini enseña a Hans Castorp el valor relativo, sólo relativo, de la música. A juicio del pedagogo, la música, por su naturaleza no articulada, su ambigüedad y equivocidad constitutivas, encierra el peligro de adormecer, anestesiar y embotar la razón, y por ello rechaza la idea de considerar la música como una disciplina necesaria para la elevación moral y política del hombre:
La música.... es lo no articulado, lo equívoco, lo irresponsable, lo indiferente (...) No es la claridad verdadera, es una claridad ilusoria que no nos dice nada y no compromete a nada, una claridad sin consecuencias y, por tanto, peligrosa, puesto que no seduce y nos amansa... Concedan ustedes esa magnanimidad a la música. Bien...., así inflamará nuestros afectos. ¡Pero lo importante es poder inflamar nuestra razón¡ (...)
La música despierta..., y en este sentido es moral. El arte es moral en la medida en que despierta a las personas. Pero, ¿qué pasa cuando ocurre lo contrario: cuando anestesia, adormece y obstaculiza la actividad y el progreso? La música también puede hacer eso, es decir, ejercer la misma influencia que los estupefacientes. ¡Un efecto diabólico, señores míos¡ El opio es cosa del diablo, pues provoca el embotaminto de la razón, el estancamiento, el ocio, la pasividad... Les aseguro que la música encierra algo sospechoso. Sostengo que es de una naturaleza ambigua. Y no es ir demasiado lejos si la califico de políticamente sospechosa.