lunes, 30 de marzo de 2020

Habitantes de caminos

A veces nos cruzamos con ellos. Se dirigen siempre al mar, aunque ellos no lo saben, y cuando encuentran un acantilado lo bordean para seguir caminando. Nadie les adelanta ni pueden dejar nada atrás. Cuentan que había culturas que se servían de su movimiento para dictar sus quehaceres, aunque ellos no ven llegar las estrellas. Y si en el camino alguien daña alguna piedra se pellizcan el cuerpo hasta hacerlo sangrar, incluso si ha sido un niño quien se lo ha hecho. No atraviesan ciudades porque temen que les arrebaten el paso y el viento.

                                 José Antonio Porcel. Camino.

Entre sus enseres no hallarás nada que organice sus días, pues caminan hasta que se pone el sol, o incluso de noche si la luz es oscura. No portan ni producen imágenes. En realidad, aun estando parados no cesan. Hay quienes aseguran haberlos visto sin pieles ni botas, desnudos como el frío, y solo abandonan el sendero para dejar de escucharse el corazón.

domingo, 29 de marzo de 2020

Habitantes de árboles

Los hay también que habitan los árboles, y solo por la noche salen para esconderse. No los veras mirando las hojas ni subiéndote a sus ramas, pues solo cuando no estamos respiran en ellos. A veces incluso construyen nidos, como los pájaros, y extienden sobre ellos sus extremidades para sentir que están vivos. No te dirán nada si te mueves con el viento, pero huirán si te escondes como ellos. Algunos que han vuelto dicen que son más silenciosos que la muerte y que no tienen sombra. Tampoco sabemos de su origen, y hay quienes aseguran que vienen de los bosques, y que los necesitan. No usan insignias para reconocerse porque todos llevamos uno dentro.

                                           José Antonio Porcel, Sabina.

sábado, 28 de marzo de 2020

Habitantes de ventanas

A veces los habitantes de las ventanas podrán ser ajenos, pero no deben asustarnos. Llorarán toda la noche y sólo habremos de recoger su lluvia. No nos pedirán nada, ni querrán invadir nuestros salones. Nos taparán algo la luz. Eso es todo. Y habremos de dejarles llorar, hasta que cesen las lágrimas y echen de nuevo a volar. ¿De dónde vendrán? Es algo que nunca sabremos, porque de hecho son indiferentes a los adentros. Ni siquiera se volverán cuando amasemos el pan. Y cuando en la cama nos miremos permanecerán silenciosos.

                                               José Antonio Porcel, Ventanal.

viernes, 27 de marzo de 2020

Salvemos al otro

No se engañen. Lo que nos acerca unos a otros no nos puede ser arrebatado. El otro no nace de la abstracción, sino del eros, de ahí que ya lo lleváramos dentro. Se equivocó Descartes con su pienso, luego soy, porque fuera lo que fuese lo que era, lo era gracias al otro. El otro siempre es anterior. Por eso, una filosofía del otro no puede hacerse, salvo que sea el otro el que la haga. Cualquier reflexión supone traicionar lo reflexionado. Sería como pretender que la mariposa siguiera volando una vez cazada. Por lo mismo, tampoco los lenguajes artificiales pueden alejarnos unos de otros. Sencillamente, nos desplazan del escenario donde tiene cabida el eros. Y una vez ahí, no estando entre otros, nos disponen a hacer esto o aquello. Diríamos que podemos ser cazados.

"De lo uno a lo otro es el gran tema de la metafísica. Todo el trabajo de la razón humana tiende a la eliminación del segundo término. Lo otro no existe. Tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana. Identidad = realidad, como si, a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y necesariamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja eliminar; subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón, se deja los dientes. Abel Martín, con fe poética, no menos humana que la fe racional, creía en lo otro, en «La esencial Heterogeneidad del ser», como si dijéramos en la incurable otredad que padece lo uno." (Antonio Machado, Juan de Mairena)

Decimoquinto día

jueves, 26 de marzo de 2020

Desocupación total

Los cambios adaptativos a la nueva situación lleva a plantearnos si no llegará el momento en el que determinadas prácticas que ahora nos parecen de provisional emergencia acaben siendo aceptadas, o incluso integradas, al quehacer de todos los días. Me pregunto si no habrá detrás del bullicio por la contención y la salud algunas alcazabas desde las que ya estemos siendo observados por telescopios de marfil. Los escenarios como el que estamos de movilización total suponen, a la par que una concentración de la energía, una desocupación y un vacío enormemente aprovechables para oportunistas que convierten lo que ven en oro. Con sus nuevos juguetes tecnológicos, de los que dicen que pueden exigir hasta una nueva carta de derechos, y ahora que andamos ocupados en proteger nuestra herencia sanitaria, estos oportunistas bien podrían estar ensayando el siguiente movimiento hasta el jaque final. Y lo harían camuflados tras cegueras de larga tradición como el optimismo o el conspiracionismo.

"Según ciertos pronósticos, nuestra técnica desembocará algún día en la hechicería pura. Llegado ese momento, todo lo que haremos ahora no habrá sido sino un impulso inicial y la mecánica se habrá refinado de tal forma que ya no exija nuestra torpe manipulación. Bastarán unas luces, unas palabras, más aún, un mero pensamiento. Un sistema de impulsos inundará y recorrerá el mundo." (Ernst Jünger, Abejas de cristal)


Decimocuarto día

miércoles, 25 de marzo de 2020

¿A dónde irán?

¿A dónde irán los afectos que se pierden en las noches de balcones cerrados? ¿A dónde la humanidad que soplaba nuestros corazones? ¿A dónde su complicidad que nos situaba en tiempos de otros? ¿A dónde los apuntes rotos del último de los pupitres? ¿O el polvo de sacos rotos que nos seguía hasta el bautizo de la noche? ¿A dónde la barandilla que cada viernes soportaba a nuestras espaldas? ¿O aquel último escalón que nos subía hasta las nubes? ¿A dónde los cafés náufragos en medio de tempestades? ¿Y los mares de otoños que nunca devinieron porque ella nos dijo que no? ¿A dónde los relojes dictados de sabia obediencia? ¿Y a dónde cada alumno con sus dudas y temores, que de pronto abrían sus móviles para enseñarnos su obra? ¿Y a dónde esos gritos que resonaban hasta más allá de las paredes, siempre abrigadas? ¿A dónde el Sol que nos rayaba las pieles nuevas? ¿Y aquella luz de vidas pasadas? ¿A dónde la herida que un día nos hizo mortales, con sus soles, sus nubes y su verde? ¿A dónde?

Decimotercer día

Cantos de hoy

Míreme
del aire llegan
esas armonías
que el amor y la belleza componen
agachados de espaldas al tiempo

no estamos al albur de los vientos
cargados de iones
caídos aún del caos que nos espera

escuche

despacio se van formando cantos
rodéelos con los brazos
acójalos en las cuencas vacías
abra la piel a la esperanza de sus voces
que viene del orígen

llénese de fuerza
y mírese al espejo
que dejaron colgado los héroes
en el árbol de los ahorcados
e inclínese ante el reflejo certero
que su coraje le devuelve

porque el recogimiento
el aliento próximo del bienamado
las voces curvas de los cuerpos
envueltos siempre en el deseo
y en las llamas
construyen la muralla que
aun de aire espacioso
inacabada
nos cierra y nos abre
del fin a los principios
al latir que mientras vuela
somos

ahora que las manos
llenas todavía de voces aún nos hablan
y nos pueblan del pequeño infinito
que vive tras los ojos al cerrarse
nuestros.

Miguel Porcel. 
25, marzo, 2020


Decimotercer día

martes, 24 de marzo de 2020

El alumno que se quiso meter en una maleta

Desde que amanecí en el mundo sin que me dieran permiso, sólo porque sí, he desconfiado de quienes dicen tener píldoras para la felicidad o la vida buena. Es normal que en periodos de relativa incertidumbre proliferen las agencias de mesías y sabelotodos que, en media hora al teléfono, ya te han programado lo que tienes que hacer en tus próximos diez años. Me decía un alumno antes de la corocrisis que él por si acaso ya había hecho la maleta. ¿Para irte a dónde? Le pregunté. Para que cuando llegue el momento me pueda meter en ella. Decía Epicuro, uno de los vende píldoras, pero de las que endulzan, que el miedo es el peor consejero, y que además ser un ciudadano responsable pasa por no tener miedo. Es lo que le digo a mi esposa cuando vemos los telediarios, que no se crea que la gente está contaminada. No -le explico-, los organismos no se contaminan, se contagian, sólo que ahora toca decir que podemos contaminarnos. Y mucho me da que esto implicará introducir como prenda de vestir la mascarilla. 

Me decía un amigo, bueno, ya no sé si era yo mientras dormía, que lo que temía es que, con tanta prórroga de confinamiento -y estamos en la primera ola, la más salvaje, pero la primera- acabaremos normalizando prácticas y hábitos que ahora nos parecen infrahumanos. ¿Cuáles? Esperar distanciados, llevar mascarillas de Armani, saludarnos de lejos (como si eso fuera saludarse), hablarle a un cristal, dubitar si vemos caerse al vecino del bastón.... Yo le decía -o me decía-, que siendo así, ni tan mal. ¿Pues no introdujo la cultura móvil el mayor aislamiento entre nosotros? Lean a Tarantino, que ese sabe mucho. ¿Y qué hacer ante ese temor? ¿Nos cruzamos de brazos mientras las nuevas técnicas telequinésicas nos conectan unos a otros? ¿O nos plantamos y asentamos cátedra contagiando a la muerte y la desesperanza? Porque esto, señores, también se puede hacer.

Duodécimo día

lunes, 23 de marzo de 2020

Cultura higiénica

Me pregunto cuánto tardarán los grandes almacenes y supermercados en ofertar las raciones de miedo. Por lo pronto nos advierten de cuidar que no nos empachemos, no vaya a ser que nos indigestemos y no volvamos en unos días. Imagino que irán en paquetes individuales y familiares, como cuando se anunciaron los primeros Donuts ochenteros o aquellos pastelillos hipercalóricos rosáceos de la pantera, sólo que por entonces podíamos relamernos los dedos sin miedo a que una bocina nos llamara la atención. Incluso dejábamos que nuestras madres nos limpiaran con aquellos clínex usados. Ahora que ya no se podrá echar de menos la cultura del guarrismo estaría bien que, al menos, nos dieran instrucciones más claras para movernos en la nueva. Por mi tendencia hipocondríaca llevo desde los comienzos encerrado en mi casa, casi sin tocar las barandillas de las terrazas, no vaya a ser que el cierzo nos traiga alguna de esas bolsas apestadas, y ahora que al fin me lanzo descubro que hay ya toda una cultura higiénica instalada. ¿Será el higienismo la nueva enfermedad de la OMS?



Había verdaderos avezados cambiándose de guantes, y otros parecían que circulaban por espacios espectrales guardando yo qué sé qué línea imaginada. Me estaba preguntando, mientras compraba mis lechugas, a lo guarro, pero con guantes, qué difícil sería ahora discernir al esquizofrénico del que no lo es, con tanta línea y sombra imaginarias. Para más inri, mientras torpemente despegaba una de esas bolsas con mis guantes ya apestados, y han empezado a rodar las naranjas de mi carro que estaba caído, más de uno ha botado como si mis naranjas fueran aspersores esparcidores de virus. ¿Habrá quién domine el arte de la caída cayendo a metro y medio del pobre que esté al lado? ¿Y qué norma habremos de seguir cuando veamos que alguien no se levanta del suelo? ¿Qué protocolos se crearán contra la indigestión del aislamiento? ¿Olvidaremos la cultura del guarrismo saludando a la nueva higiene a distancia?


Undécimo día

Lo que no se llevó el cierzo

A mi hermano, que se ha pasado a la bicicleta estática

Si hace unos días alguien reclamaba o recordaba o reivindicaba, con toda la fuerza con la que puede hacerlo la persona singular, la vuelta a la cultura del contacto y de fuegos existenciales que antaño generaban comunidades de hombres y mujeres, ahora, con la nueva política confinada, y constreñida, aquella llamada a la libertad resulta absurda o de otro tiempo. ¿A quién se le ocurriría volver a la cercanía y la proximidad cuando el globo mismo es un repelente existencial y ya hay pinchos que nos separan? ¿Acaso no estamos ya con respiradores artificiales aspirando el aire que nos dicen y espirando el que nos dejan? ¿Acaso no parecemos ya ratas en un mundo de cepos y trampas? ¿Acaso el aire limpiado no es también artificial? ¿Acaso hay fuego que alumbre las vidas conectadas? ¿Acaso no nos fue ya robado el derecho al arropo y a la intemperie? Si hace unos días todavía era posible la llamada al fuego y al bosque, ahora serán la llama y el bosque los que tendrán que acudir a nuestra busca.


Aquí y ahora, a las 0:00 horas, en la noche, en medio de ningún sitio, cuando todavía puedo pensar y miro a mi alrededor, como apestados unos de otros, teniendo que asaltar los balcones para decirnos buenas noches y no pudiendo despedir a los difuntos como dios manda, me pregunto si esto no se nos está yendo de las manos, a los unos por demasiadas visiones, a los otros por demasiado obedientes. Y me lo pregunto cuando el cierzo de Zaragoza, que yo lo veía más allá del Moncayo, también me trae el todos a una mientras aplausos televisados replican en los balcones. ¿Seré el último hombre en medio de la noche? ¿Seré el último hombre que todavía respira? ¿Podré al menos abrazar la Luna? Decía Descartes mientras veía quemarse la cera que si pensaba era porque existía, pero quizá sea el momento de no pensar tanto y meter la mano en el fuego para ver si es la propia la que se quema. Porque de esto va la cosa, de no dejar que nos roben lo que, al menos una vez, fuimos.


Décimo día

domingo, 22 de marzo de 2020

El hombre que iba solo en una barca

A mi padre, 

Uno de los mayores placeres que llenaron mi infancia, antes de que se colara el pensamiento de la muerte y apareciera el cuidado, fue cada una de las noches en las que mi padre, sabio y protector por entonces, me regalaba un cuento, o muchos, depende de su ánimo y mi tozudez. Había cuentos sobre cofres y castillos, sobre libros y palabras, pasillos que no conducían a ninguna parte o criaturas de ningún sitio, y ahora pienso que ahí estaban ya la serpiente del Génesis, el río de Heráclito y Las mil y una noches (hay que decir que mi padre ya entonces leía, y mucho, y bien, a Borges)

                                  Pescador. José Antonio Porcel

Uno de esos cuentos, al poco de ser contado, recuerdo que nos llamó la atención a los dos, y no tanto por lo que en él se decía, que hablaba de un hombre que iba solo en una barca, sino por lo pronto que olvidamos el resto de la historia. Un olvido que, sin duda, decía mucho más de la historia, y de nosotros, que cualquier memoria o biografía. Y es curioso que haya conservado una imagen, la del hombre que va solo en una barca, y que en momentos reminiscentes vuelva a mí como la primera vez. Entonces, cuando el pensamiento de la muerte no se había colado y aún no podía amar, porque sólo ama quien puede temer, las palabras y las cosas tenían su propia luz.

Este poema, que escribe ahora mi padre, es una de aquellas reminiscencias.

La barca que va despacio 
la barca de las aguas 
las ondas besando los costados 
ay el tiempo 
la barca 
las aguas 
el silencio 
la mano mueve el aire 
y el aire aspira a la luz 
y el verde que envuelve la hierba 
abrazando un reflejo 
que hace un segundo fue
un pájaro en su vuelo 
y el vuelo volando ya no está 
ni las aguas saben si el vuelo cayó 
si el pájaro flota todavía 
en la espera todo gira 
alrededor del deslizarse 
tal vez el abrazo primero 
esté esperando al remo brotado 
a los afanes que alucinados
mueven el agua.

Miguel Porcel, 17 de Marzo


Noveno día

sábado, 21 de marzo de 2020

Lugares de siempre

¿Qué hacía ahí perdido en aquel viejo hostal de aquella vieja ciudad? ¿Cómo había llegado allí ahora que vivo en la gran ciudad? Miro la llave que marca 5-7, y unos inquilinos que suben conmigo apretándonos en aquel viejo ascensor me dicen que tienen la habitación contigua, porque solo quedan dos libres. Pero enseguida desaparecen por aquel viejo pasillo y de nuevo ando perdido. Y me encuentro limpiando la escalera a la vieja mujer del hostal a quien le llama la atención que debiendo subir a la séptima planta no haya séptima planta. Miramos juntos aquel viejo techo que bloquea un paso que nunca tuvo lugar. Y lo miramos juntos, y nos sorprendemos juntos. De nuevo bajo por aquella escalera y pido a la camarera algo para cenar mientras espero sentado en aquel viejo hostal.

Y miro a mi alrededor, y entonces descubro la verdad, que nunca salí de ahí, ni siquiera a la gran ciudad.

Sueño del 21 de Marzo

El sueño que acabo de describir, porque su viveza así lo requiere, tuvo lugar después de haber leído dos veces las siguientes palabras de Juan de Mairena, de Antonio Machado, intuyendo el soñador que esta pequeña aventura, porque cada sueño es una aventura, no hubiera tenido lugar sin estas palabras:

"La corriente en el hombre es la tendencia a creer verdadero cuanto le reporta alguna utilidad. Por eso hay tantos hombres capaces de comulgar con ruedas de molino. Os hago esta advertencia pensando en algunos de vosotros que habrán de consagrarse a la política. No olvidéis, sin embargo, que lo corriente en el hombre es lo que tiene de común con otras alimañas, pero que lo específicamente humano es creer en la muerte. No penséis que vuestro deber de retóricos es engañar al hombre con sus propios deseos; porque el hombre ama la verdad hasta tal punto que acepta, anticipadamente, la más amarga de todas."


Octavo día

viernes, 20 de marzo de 2020

Las paredes de siempre

¿Una filosofía para el confinamiento? Ahí va su primera regla, el principio de los principios: "Las paredes sólo separan a quien viva con ellas". Pienso ahora en la aventura que Richard Fleischer, el de 20.000 leguas de viaje submarino, nos regalo en su Viaje alucinante. Maravillosa película de unos hombres que deciden expandir sus horizontes confinándose en una nave microscópica que espera inyectarse a un cuerpo viviente para salvarle de un tumor. De niño, mientras la veía (no tendría más de doce o trece años), solo o con mi hermano, pensaba que la sensación de asfixia comprimiéndose en aquella nave de apenas diez metros cuadrados sólo podría ser compensada por los devenires que la imaginación nos traería, a ellos y a nosotros. En ella aprendí que la medida de todas las cosas no es el hombre sino que las cosas son la medida del hombre (y sin saberlo había superado a Protágoras con todo su relativismo). Cosas cotidianas, que a simple vista a todos nos pasan desapercibidas, de repente se llenaban de sentido y de nuevas cosas. Aprendí que lo infinito, que tanto me atraía cuando en lo alto de alguna era miraba las estrellas, también se extiende a lo pequeño y cotidiano. Aprendí, como pensaría Jünger en su Libro del reloj de arena, que "aun la flor más pequeña tiene raíces en lo infinito".


¿Y cuál será la flor de nuestro tiempo? ¿Cuál nuestro infinito? Hace unos meses, como anticipándose a lo que vendrá, me decía un alumno que le encantaba pasar las horas imaginándose vidas posibles, pero no porque podrían ser, sino que pudieron ser. Vidas que pudieron ser, y que por ello no están entre muros ni paredes. Vidas que como la de los tripulantes son de otro tiempo. Maravillosa existencia, la que es capaz de vivir fuera de sí, de sus paredes, de sus raíces, aunque sea para vivir junto a subjuntivos y a algún ojalá.

Pues eso, ojalá volvamos a la paredes de siempre.


Séptimo día

jueves, 19 de marzo de 2020

A los mares y montañas, que también esperan

A los mares y montañas, que también esperan.

¿Qué dirán los mares y océanos ahora solos? ¿Qué escucharán ellos cuando las noches ya no tengan luna? ¿Acaso sin botas las montañas podrán flaquear o reblandecerse? ¿Y los mares expulsar su saliva a los pies de algún solitario? ¿O los niños enamorarse de pieles húmedas en la lluvia? ¿Y a dónde irán los primeros planos de aquellos amantes que una vez naufragaron? ¿Quizá se perdió para siempre el silencio que iba a llenar una vida? ¿Aquella mirada que haría sangrar al Universo? ¿Cuántos desperdicios más que nadie ya limpiará, porque no habrá escobas, ni música que las meza? ¿Y quién nos devolverá a los difuntos, con su luz pálida, casi ya de tierra blanda? ¿Y quién nos devolverá los días en los que de inocencia no pudimos hacer frente al Sol? ¿Y quién la sonrisa que de la mano nunca llegó? ¿Y aquella luz que se iba a colar por la ventana, ahora cerrada? ¿Pero cómo nombrar lo que no vimos nacer?


Y mientras la vida se quería a sí misma, devorándose a su paso, los días se retiraban a la tierra de Nadie. Solo la música siguió su camino.


Sexto día

miércoles, 18 de marzo de 2020

Encierros liberadores

La pasión que siento por quienes algún día decidieron autodesterrarse sólo es conocida por quienes más me acompañan. Es una pasión que nació, en mis tiempos juveniles, cuando el tiempo todavía deambulaba a mi alrededor, con la lectura de la novela fantástica y misteriosa del ilustrador Alfred Kubin. La novela, algunos conoceréis, lleva por título La otra parte. La historia es la historia del encierro voluntario de un dibujante que quiere retratar la belleza del mundo, pero que se encuentra con que, en realidad, no había mundo que retratar. No es muy conocida pero todavía accesible en librerías de barrio y redes bibliotecarias. Una maravilla. Del autor, eso sí, hay varios portales dedicados a su obra pictórica. Una de mis compulsiones: volver a ella y a sus imaginarios ya no sé si para tomar oxígeno o para infundírselo al autor.


La otra parte me llevó a otras dos novelas, muy dispares, pero muy simétricas: Eumeswil y Heliópolis. Ambas de Ernst Jünger. En la primera, un historiador, llamado Venator, encuentra en la tiranía del Cóndor una ocasión para liberarse de una sociedad demasiado castigada para creer en sus promesas. No deja que nada le comprometa, y así cree, ilusamente, conservar indemne su libertad. Una voluntad de resistirse al olvido le sitúa en el lugar desde el que todo pasa sin afectación pero, por ello mismo, con objetividad suficiente para capturarlo. Maravilloso ejercicio. Heliópolis, en cambio, es la recreación de la metafísica shopenhaueriana del amor, o de la voluntad de vivir, o de amar, y de ser más. La idea, tan heredada, es que el amor es inmune al Mal. Interesante. Y si no ved esta versión de la ópera de Fidelio. El amor, siempre fuente de perdón.


Ayer descubrí a otro de los grandes, Nathaniel Hawthorne, autor de otros encerramientos, como el de Wakefield, que actúa por una extraña "morbosa vanidad". Descubrí en él también parte de mí, y de todos. La reflexión final es reveladora, y bien podría haber encabezado el relato: En medio de la aparente confusión de nuestro misterioso mundo, las personas están tan pulcramente adaptadas a un sistema, y los sistemas engarzados entre sí y a un todo, que si una persona se ausenta por un momento, se expone al aterrador riesgo de perder su puesto por siempre, pudiendo llegar a convertirse, como le sucedió a Wakefield, en el Desterrado del Universo. Y lo podría haber encabezado porque la historia es la de un hombre que entiende que sólo saliendo de su vida puede causar cambios en ella. ¿Cómo podría ser de otro modo cuando la identidad ya nos fue robada? El juicio es, también, el de Melville y su Bartleby, y el de tantos otros hombres medios y corrientes que ven en el destierro la única forma de sentirse parte de algo. ¿Será nuestro caso?


Quinto día

martes, 17 de marzo de 2020

Se te echa de menos, profe

"Se te echa de menos, profe", "A ti también", "Un abrazo grande", son algunos de los comentarios que ando recibiendo de algunos de mis alumnos estos días en que nos hemos visto, todos, cercenados. Cercenados por una situación insólita, que de pronto nos ha dejado sin materia que esculpir, o a alguno sin aire con que respirar, y ahí los vemos con bombonas y pastillas para dormir. Porque el gentío, y el bullicio, y la mala educación, se entremezclan en nuestros lugares de trabajo con la cercanía, la proximidad, miradas de búsqueda y comprensión que nos recuerdan, cada día, que somos. Pero ahora, apantallanados, entre cables y pruebas, como formando parte de un extraño plan experimental que solo dos o tres personas conocen, como el plan del diablo del Génesis disfrazado de serpiente, o el de nuevos gurús como los de Google y Amazon, nos vemos huérfanos de aquel hálito de fe.


¿Y qué será de ellos ahora que andan al otro lado? Alumnos tozudos que ya no encontrarán donde caber, y otros chisposos que no hallarán la cerilla para provocar la risa. Y los tímidos donde recostar sus secretos. O los más extrovertidos donde exhibir su alegría, siempre contagiosa. Incluso las sillas y las mesas ya solo yacerán, y no vibrarán, como hasta muy poquito hacían, con sus chirríos, repliques y vaivenes. Sí, también ellos dirán, o pensarán, aunque sea en el instante antes de evadirse: "Se te echa de menos, profe."


Cuarto día

lunes, 16 de marzo de 2020

Sueño del 15 de Marzo

Una cortina de arena que cae de lo alto separa el mar navegable del océano desconocido, mientras algunos hombres atrapan con sus bocas el chorro caído de arena para luego expulsarlo. Nado hacia ellos entre tumultos con el firme propósito de franquear ese límite.
 
Sueño del 15 de Marzo

domingo, 15 de marzo de 2020

Fuera de los adentros

Estamos en lo que algunos dirían que es el origen del arte. Cánticos en los balcones, llamadas al otro lado, siluetas al trasluz de las ventanas, siempre mirando fuera de los adentros, como moluscos con las anteras erizadas hacia la luz. No, no somos primero seres, y luego sociables, como si antes de topar con el otro pudiéramos ser algo: sustancia, pensamiento, voluntad, o yo que sé qué. El otro, aunque sea insinuado, alucinado, siempre fue anterior a los secretos que sólo en las noches de ninguna parte nos atrevimos a desvelar. Eso es, somos, y compartimos incluso el ser.

Es aquí, en la comprensión del otro, donde radica el origen del arte, y seguramente de la ciencia y la filosofía. Por eso, quizá ahora, ahora que el aislamiento se ha convertido en norma, nos abrase un poco más la necesidad del otro y la reconozcamos como el verdadero bien.

Segundo día

sábado, 14 de marzo de 2020

Pensares confinados

El confinamiento nos ha llegado también a Zaragoza y, seguramente, se prolongará durante el tiempo suficiente para hacer un alto en el camino y pensar. Pero pensares hay muchos, y aparecerán los pensares obsesivos, afanados en buscar el "verdadero" origen del problema, como si la verdad y la falsedad rigieran lo humano y como si todo problema tuviera su origen..; y aparecerán los críticos resabidos, que habrán encontrado un objetivo definido sobre el que cargar su ira y frustraciones personales, en forma de reproches y quejas a prisioneros de su ignorancia...; y aparecerán los hipocondríacos, que se medirán la temperatura temblorosos de cualquier alteración y condicionados siempre a una naturaleza demasiado frágil como para aliviar la hipocondría; y los teleadictos, a la televisión, las redes sociales o al teletrabajo, que con esto de la transparencia y de que todo el mundo puede ver lo que se hace podrá derivar en exhibicionismos del tipo...."mira, qué bien lo hago". Y aparecerán los separatistas, que viéndose separados del mundo les asfixiará no poder separarse de su familia, o incluso de ellos mismos al no abandonarse en aquellos paseos al sol. Y aparecerán los pensares recurrentes, y los intermitentes, y los olvidadizos. Y los insomnes en las largas noches de un día que se anticipa igual al anterior.

Y si el confinamiento llega a ser mayor, porque incluso el aire enfermara, aparecerán, sin duda, los pensares nostálgicos, de acercamientos y miradas próximas a primeros planos reveladores de secretos que sólo la distancia es capaz de borrar. Y si todavía es mayor, porque ya nadie ardiera nuestros desperdicios, aparecerán los pensares esperanzados de mundos que una vez se nos fueron de las manos pero que algún día volverán a las de los nuestros.


Primer día

sábado, 7 de marzo de 2020

El joven que decía sentirse solo

Un joven que decía sentirse solo acudió al más sabio de los maestros, de quien se decía que podía curar la mayor de las infelicidades. Cuando el joven lo tuvo ante sus ojos le confesó:

"Soy sobradamente sensible para distinguirme del sentir común de las gentes, pero no lo suficiente como para ser poeta. Soy sobradamente inteligente para no reírme de las ocurrencias más vulgares, pero no lo suficiente como para ser filósofo. Y soy sobradamente valiente para no sentir temor por las decisiones más corrientes, pero no lo suficiente como para ser aventurero."

Tras escuchar sus palabras, el sabio le respondió:

Recuerda que nada le sobra al más feroz de los huracanes ni le falta a la más dulce de las brisas.

El silencio se hizo en la montaña, hasta que el viento golpeó la puerta y el joven se retiró.

jueves, 5 de marzo de 2020

Huérfanos

Unos niños de ojos huérfanos corren hacia mí separándonos una valla metalizada. Parecen los últimos supervivientes de una humanidad que todavía es capaz de llorar.

Sueño del cuatro de marzo

domingo, 1 de marzo de 2020

La ventana discreta

Debe ser por nuestra condición de seres situados, anclados a una perspectiva, por lo que tendemos a pensar que lo otro no puede entrar a formar parte de nuestra vida. Lo otro es siempre lo que no pensamos cuando hacemos las cosas, lo que no decimos cuando las valoramos, lo que no vemos cuando las miramos. Pero el tiempo enseña que también lo que no alcanzamos a ver, a sentir o a conocer puede entrar a formar parte de nuestra vida, hasta transformarla, o incluso aniquilándola. Sería un experimento cinematográfico interesante la realización de remakes desde aquellos otros puntos de vista que no alcanzaron a ver ni a conocer los protagonistas en las originales. ¿Os imagináis una película relatada desde la mirada de Lars Thorwald de La ventana indiscreta? ¿No sería interesante completar la perspectiva del voyeur con la de quien es discretamente mirado? Seguramente, posicionados en la situación de malhechores, hubiéramos convenido en trazar planes más elaborados para aplacar a mirones como Jefferies.


Sí, lo que no vio Thorwald es que había objetivos de cámaras que sobresaliendo en las mañanas de los domingos estaban ya formando parte de su vida. Tampoco los habitantes de Bahía Bodega de Los pájaros pudieron imaginar que las aves, hasta el presente seres vulnerables de un mundo necesitado de belleza, iban a ingresar en el mundo humano arrancando las cuencas de sus ojos. Miramos el mundo desde una perspectiva, creyéndonos poseedores de ella, como si toda ella nos perteneciera y, lo que es más presuntuoso, como si toda ella fuera nuestro mundo. No, hay mucho más al otro lado, de las cosas, de sus sentires, del silencio.