A veces nos cruzamos con ellos. Se dirigen siempre al mar, aunque ellos no lo saben, y cuando encuentran un acantilado lo bordean para seguir caminando. Nadie les adelanta ni pueden dejar nada atrás. Cuentan que había culturas que se servían de su movimiento para dictar sus quehaceres, aunque ellos no ven llegar las estrellas. Y si en el camino alguien daña alguna piedra se pellizcan el cuerpo hasta hacerlo sangrar, incluso si ha sido un niño quien se lo ha hecho. No atraviesan ciudades porque temen que les arrebaten el paso y el viento.
José Antonio Porcel. Camino.
Entre sus enseres no hallarás nada que organice sus días, pues caminan hasta que se pone el sol, o incluso de noche si la luz es oscura. No portan ni producen imágenes. En realidad, aun estando parados no cesan. Hay quienes aseguran haberlos visto sin pieles ni botas, desnudos como el frío, y solo abandonan el sendero para dejar de escucharse el corazón.