Hay quienes todavía siguen pensando los fenómenos del siglo XXI con categorías del pasado. Y el problema no es pensar a destiempo los fenómenos, sino pretender que estos se ajusten a categorías caducas. Presiento que es el caso del fenómeno de los grupos y redes sociales, que ya no funcionan según los principios que hasta el presente han articulado las comunidades. Por definición, una red no contiene, sino que filtra, selecciona, y desecha. No podemos esperar de las redes sociales lo que hemos esperado de las comunidades. Las redes cazan, atrapan, se tejen, se hilan, se propagan, porque no encuentran resistencia. Nada se les resiste, pues enseguida encuentran acomodo en el «me gusta» o en los objetos digitales. Las redes están hechas del mismo material de lo que pretenden captar, de ahí que avancen sin limitación y no encuentren confrontación. Todo se acomoda a la vista, al registro, a la caza.
Por el contrario, las comunidades -científicas, filosóficas, religiosas, políticas- nacen de «lo otro», de lo extraño, de lo que confronta y por ello necesita ser afrontado. Lo asombroso, lo extraño, lo coactivo, nos sobrecoge, nos paraliza. Provoca una ruptura, una muerte en el discurso. La experiencia de extrañamiento nos hace tomar contacto con nosotros mismos. Sabemos que no somos eso. Sabemos que nos compete saber qué es eso. «Lo extraño» funda comunidades, frente a «lo dado», que forma redes y grupos sociales. Una comunidad es la respuesta a una necesidad de reunirse en vista de algo incomprensible o intolerable. De ahí que las comunidades contengan, reúnan, aglutinen, subyazcan a cualquier revolución. Por la comunidad nos encontramos, a diferencia de las redes por las que nos visitamos. Los lazos que tejen la red social son muy distintos de los vínculos que nos unen a una comunidad. Los primeros igualan, mientras que los comunitarios reúnen. Estamos todo en lo mismo. Lo igual, a diferencia de lo mismo, no conoce diferencias. Cualquier punto es idéntico al resto. La parte se iguala al resto. En cambio, lo mismo admite diversidad. A lo mismo puede llegarse de diferentes maneras.
Una reflexión al hilo de La expulsión de lo distinto (Byung-Chul Han)
Por el contrario, las comunidades -científicas, filosóficas, religiosas, políticas- nacen de «lo otro», de lo extraño, de lo que confronta y por ello necesita ser afrontado. Lo asombroso, lo extraño, lo coactivo, nos sobrecoge, nos paraliza. Provoca una ruptura, una muerte en el discurso. La experiencia de extrañamiento nos hace tomar contacto con nosotros mismos. Sabemos que no somos eso. Sabemos que nos compete saber qué es eso. «Lo extraño» funda comunidades, frente a «lo dado», que forma redes y grupos sociales. Una comunidad es la respuesta a una necesidad de reunirse en vista de algo incomprensible o intolerable. De ahí que las comunidades contengan, reúnan, aglutinen, subyazcan a cualquier revolución. Por la comunidad nos encontramos, a diferencia de las redes por las que nos visitamos. Los lazos que tejen la red social son muy distintos de los vínculos que nos unen a una comunidad. Los primeros igualan, mientras que los comunitarios reúnen. Estamos todo en lo mismo. Lo igual, a diferencia de lo mismo, no conoce diferencias. Cualquier punto es idéntico al resto. La parte se iguala al resto. En cambio, lo mismo admite diversidad. A lo mismo puede llegarse de diferentes maneras.
Una reflexión al hilo de La expulsión de lo distinto (Byung-Chul Han)