Podríamos definir la religión como una forma de encubrir o tapar lo oculto, lo misterioso, lo secreto, que irremediablemente convive con lo dado, lo evidente, lo transparente. Estoy convencido de que cualquier fe viva limita el camino hacia el descubrimiento de la condición misteriosa del mundo. Quien responde con "Dios" al misterio del origen del mundo o de su destino ya no atiende al secreto mismo que guarda celosamente el ser. El creyente se queda con su respuesta, únicamente en ella. No hace más que atender a ella, y por ello el misterio le queda velado, oculto tras el manto de su fe o convencimiento. La concepción reduccionista de la naturaleza y del ser humano, por las que éstos quedan reducidos a una serie de procesos físicoquímicos, es otra manera de no advertir el secreto. La ideología reduccionista es otra religión, que se justifica y propaga desde la promesa de que con el tiempo se conocerá todo y no habrá misterio que descifrar, ¡como si lo propio de todo misterio fuera ser descifrado! Propongo que nos limitemos a mirar el mundo, la vida, las estrellas, que nos vaciemos para ello de toda construcción propia o ajena sobre su origen o destino. Esta es la disposición adecuada para comprender la condición misteriosa del ser, su secreto. Esta es mi religión.