Es sabido que una de las intuiciones fundamentales que lleva a Popper a cuestionar la concepción positivista del conocimiento científico se traduce en la idea de que el conocimiento no comienza por la adquisión de datos, impresiones o experiencias elementales, sino por disposiciones o preferencias innatas. En el mismo sentido, Popper rechaza la observación pura, inmediata, como fundamento primero de la adquisición del conocimiento, arguyendo que toda observación está mediada por algún programa o teoría previamente elaborado y aprendido. Es decir, la observación pura, el conocimiento seguro e inmediato, es una pura quimera, una ilusión, un malentendido que ha llevado a los positivistas a fundamentar la ciencia en tierras arenosas y nada fiables.
Esta idea popperiana es en realidad un rechazo a la intuición como forma de conocimiento seguro e indubitable. La intuición de los datos de lo sentidos, de los universales o de los principios lógicos a priori, por donde debe comenzar el conocimiento si ha de ser fiable, es para el pensamiento positivista (pienso ahora en Bertrand Russell) la forma primaria de conocimiento seguro y el punto de partida en la construcción científica de la realidad. De ahí que Popper enseguida se apartara de dicha escuela y comenzara a ensayar otras soluciones para esclarecer la cuestión de la naturaleza del conocimiento, naciendo así el método crítico de las conjeturas y refutaciones.
En el siguiente post me propongo recapitular y examinar algunas de las críticas que ha recibido la concepción popperiana de la ciencia, analizando en qué medida ésta supera al programa positivista y acierta en sus intuiciones más fundamentales, como la que acabamos de comentar.
De momento, os dejo con Ortega y Gasset, que tan bien ilustra (¿y anticipa?) la crítica popperiana a la observación como comienzo del conocimiento:
"Antes que veamos lo que nos rodea somos ya un haz original de aptetitos, de afanes y de ilusiones. Venimos al mundo, desde luego, dotados de un sistema de preferencias y desdenes, más o menos coincidentes con el prójimo, que cada cual lleva dentro de sí armado y pronto a disparar en pro o en contra como una batería de simpatías y repulsiones (...) El que desea la riqueza material no ha esperado para desearla ver el oro, sino que, desde luego, la buscará dondequiera que se halle, atendiendo al lado de negocio que cada situación lleva en sí. En cambio, el temperamento artista, el hombre de preferencias estéticas atravesará esas mismas situaciones ciego para su lado económico y prestará atención, o mejor dicho, buscará por anticipado lo que en ellas resida de gracia y de belleza. Hay, pues, que invertir la creencia tradicional. No deseamos una cosa porque la hayamos visto antes, sino al revés: porque ya en nuestro fondo preferíamos aquel género de cosas, las vamos buscando con nuestros sentidos por el mundo." (José Ortega y Gasset, ¿Qué es filosofía?, Alianza Editorial, p. 208)