viernes, 8 de julio de 2011

Prisa por vivir sin prisa

Un rasgo idiosincrásico del ser humano consiste en la prisa por realizar sus expectativas vitales. A diferencia del niño, que todavía no se percibe como un ser abocado a la muerte, y al que, por tanto, no le preocupa gastar el tiempo en esto o aquello, el hombre maduro es bien consciente del carácter irremplazable de cada instante. Podría decirse que la madurez consiste precisamente en aprender a valorar el tiempo, o en valorarlo, sencillamente. De hecho, el valor de cualquier cosa se funda en la consciencia de su escasez. Así lo expresa Ortega:


"Somos nuestra vida, y nuestra vida consiste en que nos hallamos obligados a sostenernos en medio de las cosas, del ancho y complicado contorno. Tenemos en cada instante que decidir lo que vamos a hacer, esto es, lo que vamos a ser en el instante inmediato. Si fuésemos eternos, esto no nos angustiaría; lo mismo daba entonces tomar una u otra decisión. Aun erradas, siempre quedaba tiempo para rectificarlas. Pero lo malo es que nuestros instantes son contados y, por tanto, cada uno es irremplazable. No podemos impunemente errar: nos va en ello... la vida o un trozo insustituible de ella. El hombre tiene que acertar en su vida y en cada momento de ella. Por eso no puede su existencia consistir -como la de los olímpicos- en un indiferente y elegante resbalar de cosa en cosa, de ocupación en ocupación, según lo que buenamente traiga el azar a cada jornada. Los olímpicos, seguros de que no morirán nunca, pueden permitirse este lujo; lo mismo da hoy que mañana, esto que lo otro. Pero el hombre tiene prisa. La vida corre. La vida es prisa. De aquí la esencial desesperación que nos produce el esperar, la calma de las cosas. Ellas tienen y se dan más tiempo que el que está a nuestra disposición." (¿Qué es la vida? Lecciones del curso 1930-1931, pp. 445, 446)


Sin embargo, la prisa que debiera caracterizar al ser humano, pretérito o actual, no parece corresponderse con la prisa que de hecho define al hombre contemporáneo, inmerso en las actuales sociedades nihilistas. El hombre de hoy no tiene prisa por vivir, sino que vive con prisa. No parece experimentar la necesidad de realizar sus expectativas vitales y, en cambio, vive empujado por una especie de frenetismo enloquecido que le obliga a hacer todo con prisa, no sólo en el ámbito laboral, sino ya en casi cualquier esfera vital. Cada vez miramos más el reloj, y no por capricho, sino porque necesitamos saber cuanto tiempo nos queda para hacer esto o aquello; cada vez hay más cosas que necesitan su procedimiento y sus plazos para ser realizadas; cada vez nuestros ciclos naturales se rigen más por el ritmo acelerado con que se mueve el mundo tecnológico actual; incluso nuestra sensibilidad estética se vuelve intolerante y ya apenas soportamos el ritmo pausado de las películas orientales. ¡Pero si hasta cuando paseamos una tarde de domingo ya no disfrutamos del paisaje¡ No me extrañaría nada que algunas de las actuales enfermedades cardíacas tuvieran su origen en este frenetismo colectivo visible en casi todos los lugares, y estoy convencido de que muchas de las depresiones y trastornos psicológicos tienen su raíz en el hecho de darse uno cuenta que ya no es dueño de su vida. Por eso pienso que deberíamos pararnos a pensar sobre la situación en la que estamos y escarbar de vez en cuando en nuestro fondo interior, pero no demasiado tarde, no vaya a ser que al fin nos quedemos sin tiempo para averiguar verdaderamente qué queremos hacer con él.

jueves, 7 de julio de 2011

Tres textos para tres autores

Durante este curso he dado con tres ensayos que, por su rigor y claridad, constituyen una excelente introducción a la historia de la filosofía, en concreto, al pensamiento de Platón, Descartes y Kant. Se trata de tres escritos pertenecientes a la obra de Ortega y Gasset, recién editada en Taurus y muy recomendable para cualquier estudioso de la filosofía. El primero de ellos, de apenas unas quince páginas, se titula Las dos grandes metáforas y se encuentra en el Tomo II. Allí Ortega detalla las dos grandes concepciones del conocimiento que recorren la historia de la metafísica occidental hasta el racionalismo, haciendo hincapié en la ruptura que lleva a cabo Descartes al considerar por vez primera el yo como la realidad fundante del conocimiento y del ser. En el segundo de los textos, Reflexiones de centenario 1724-1924 (Tomo IV), Ortega caracteriza de una manera magistral el nuevo papel que atribuye Kant al sujeto en la adquisición del conocimiento. Por último, en sus Lecciones del curso 1930-1931 (Tomo VIII), encontramos un pasaje (pp. 457-463) que aclara el distanciamiento de Platón respecto a una tradición filosófica que había considerado el ser de las cosas como un ente determinado o abstracto.


Os dejo con un fragmento de las Lecciones:


Ahora bien, el idioma vulgar que contiene en boceto todas las ciencias posee también una psicología. Y esa psicología espontánea del lenguaje llama a todo ese caer yo en la cuenta ahora de lo que ya antes tenía y era, recuerdo, reminiscencia. He aquí el término que Platón elegirá para aclararnos lo que el hombre hace para conocer: acordarse. ¿Cabe nada más opuesto a la recepción, a la percepción? Así, en el Menón nos dirá formalmente: La investigación y el saber no son, en definitiva, más que reminiscencia (81 d) Concretemos, pues: cuando yo trato de saber si alguien es justo tengo primero que averiguar lo que es la justicia, y eso no lo puedo aprender de ese alguien ni de ningún otro hombre. Tengo que desentenderme de los datos que me llegan de fuera y recogerme en mí mismo, ensimismarme y solo conmigo, descubrir en mí el concepto de justicia. Conocer es, pues, ensimismarse; esto es lo que el hombre tiene que hacer para saber. Una vez que ha hecho esto, una vez que poseo el ser-justicia, vuelvo hacia fuera y puedo decidir qué hombres y en qué medida son justos, qué cosas son blancas, qué cuerpos son cuadrados (...) Los cuerpos, por ejemplo, no tendrán tamaños determinados, no serían cubos o pirámides o esferas si yo no aplico a ellas la geometría, si yo no las traduzco o transformo en formas y medidas geométricas. Pero esta geometría la pongo yo, viene de mí, es obra de mi labor íntima, de mi ensimismamiento.
(pp. 461)