Una entrada reciente del filósofo Fernando Broncano me ha hecho pensar en la importancia de la atención no sólo para la vida pública, sino también privada, íntima. Quién no ha tenido alguna vez la sensación de no ser escuchado en conversaciones con colegas, compañeros de trabajo, superiores, incluso con familiares o amigos. Hay muchísimos motivos para no escuchar, aunque ninguno justificable: el cansancio, el desinterés, la prisa por hablar, cierta incapacitación para la atención, el pasotismo, una actitud displicente hacia el otro, el dogmatismo, el autoritarismo.... El tema no es baladí, pues creo que la atención es el fundamento de cualquier relación. Es decir: no hay relación si los dos no (se) escuchan. Y es que una relación -ya sea de amistad, de colaboración, de odio, deliberativa....- no puede llegar a establecerse si no existe, por parte de los dos interlocutores, un esfuerzo atencional. Por ello, quizá una de las mayores faltas de respeto sea no escuchar al otro. Quien no sabe escuchar, tampoco puede compartir. Así, si existieran mecanismos para detectar el grado de atención de las personas cabría pensar en introducir en la Declaración de Derechos el "derecho a ser escuchado", condenando gravemente su incumplimiento pues éste conllevaría ipso facto la imposibilidad de respetar otros derechos fundamentales para la vida pública, como considerar al otro como un igual, atender a las demandas razonadas de los demás, no interrumpir al otro en el acto deliberativo....