martes, 23 de noviembre de 2010

La lección del profesor estudiante

El ejercicio de la profesión de profesor pasa sin duda por estudiar continuamente. Un profesor que se precie debe ser ante todo un alumno inquieto y ávido de conocimientos, deseoso de profundizar en aquellos conocimientos que luego por su profesión tendrá que transmitir lo más rigurosa y claramente posible a sus pupilos. Pero no solo este profesor estudiante proporcionará conocimientos bien expuestos a sus alumnos, sino quizá lo que es más importante, les transmitirá una valiosa lección.
Bien pensado, la lección que un profesor así pueda dar a sus alumnos es incomparable con ninguna otra. Pensemos la situación en la que un profesor en su hora de atención educativa, la alternativa a la clase de religión, en lugar de pasearse por la clase para matar el tiempo, saca un libro de su disciplina o unos apuntes ya usados de su cartera y empieza a leerlos ávidamente, o comienza a utilizar la pizarra ahora vacía para expresar unas ideas que tenía en mente o repasar una serie de comprobaciones matemáticas. Es fácil imaginar a los alumnos preguntándose para sus adentros por qué este profesor, con la vida ya solucionada, con su plaza de funcionario, se empeña ahora tanto en seguir estudiando. Ver esta situación seguro les hace reparar en un hecho cuando menos sorprendente e inaudito: quizá, después de todo, estudiar y aprender pueda ser interesante, quizá valga la pena dedicar parte de nuestro tiempo a estudiar y podamos sacar algún provecho de dicha actividad, por ella misma y no como un medio para otra cosa. La sensación de extrañamiento de estos alumnos se avivaría si supieran que este enorme esfuerzo por aprender permanece generalmente en secreto, es anónimo, nadie o casi nadie repara en él, muchas veces ni siquiera nuestros compañeros de profesión o la administración educativa, que apenas valora y fomenta el estudio y la investigación en los profesores.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El extraño fenómeno

Es natural suponer que las ciencias naturales se hayan desarrollado desde que el hombre ha tomado consciencia de su capacidad para entender el mundo. Si nos fijamos en el rasgo común que comparten todas ellas podemos entender por qué esto ha sido así. En efecto, la disposición de todo científico natural consiste en atender las regularidades del mundo exterior con el fin de prever en cierta medida el futuro, incierto y temido, y construir un lugar seguro para el hombre que lo proteja de las amenazas constantes del exterior. La ciencia empírica vendría a sustituir a la religión, que con sus dioses, rituales y mitos se habría mostrado ineficiente en la tarea de brindar al ser humano este lugar seguro que habitar en medio de la naturaleza más inhóspita.
Sin embargo, dicha tendencia atencional orientada al mundo exterior no ocupa la totalidad del conocimiento humano, pues junto a aquélla existe cierta disposición del ser humano a descubrir y examinar su mundo interior, ideal, íntimo. En efecto, la actividad del entendimiento también se desarrolla con ocasión de su propensión a fijarse en el lenguaje conceptual en vistas de descubrir su significado (conocimiento filosófico), sus relaciones y propiedades (ciencia matemática), o las formas irreales posibles (conocimiento artístico).
Ahora bien, ¿de qué amenazas procedentes de los objetos ideales hemos de protegernos para que nuestra atención se reoriente hacia ellos? No parece que dichos objetos, conceptuales o artísticos, encierren ningún peligro, y sin embargo es incuestionable el empeño humano en descubrir y comprender su naturaleza. Ante este hecho nos encontramos con el problema de que el principio de utilidad, que con tanto éxito ha explicado tantos fenómenos naturales, nos resulta ahora inútil para explicar esa tendencia por la que el hombre reorienta su atención de los objetos exteriores hacia los ideales. Porque, ¿qué utilidad puede tener para el ser humano dedicar su energía vital al estudio de objetos y propiedades de los que sabe que poco o ningún beneficio práctico va a sacar?, ¿de dónde le viene al ser humano esa actitud por la que su atención natural desatiende el mundo exterior y se fija en ese mundo ideal lleno de abstracciones e irrealidades?, ¿acaso es constitutivo de la razón su afán de adentrarse en sí misa y desatender todo lo que la rodea?, ¿pero cómo es esto posible si como dicen los biólogos no estamos aquí más que para sobrevivir?, ¿o acaso somos seres patológicos, una verdadera patología dentro de la naturaleza?

sábado, 6 de noviembre de 2010

La condición de toda verdad

Cada individuo tiene una forma mental que le hace afín de ciertas imágenes, de ciertas ideas, de ciertos contenidos sentimentales. Lo que él ve, lo que él siente, lo que él piensa tal vez no lo piensan, ni lo sienten, ni lo quieren otros; pero él, como instrumento único, arranca ese trozo de realidad indestructible de lo real y por medio de la palabra lo comunica al hermano, al amigo, el cual a su vez vierte sobre el primero su pensamiento, su sentimiento, su visión del mundo. De esta manera se forma en el intercambio social lo que llamamos un pueblo, que es una peculiar manera de afinidad con ciertos trozos del mundo. Cada pueblo tiene un talento personalísimo para descubrir ciertas verdades características, crear ciertas bellezas, para cumplir ciertos actos heroicos. Por eso, cada pueblo ha depositado en el acerbo común de la humanidad una parte de ciencia, de moral, de arte. Van extendiéndose, pues, esas verdades particulares de individuo a individuo y de pueblo a pueblo, formando la humanidad. La humanidad, de cierto, no es más tampoco que una limitación, la más ancha para nosotros, pero una limitación de estructura. Ella no ve toda la verdad, ve muchas verdades, pero no todas las verdades. Para eso sería menester que otras humanidades, con otras estructuras, ampliaran el poder de acaparar verdades que sólo en pequeña parte puede conseguir la humanidad. Si hay un ser o un sujeto –no digo que exista-, en el que se integraran todas las verdades posibles y todas las facetas y haces que la realidad pueda tener, ese ser, principio integral de toda verdad, sería lo que llamamos Dios. (Ortega y Gasset, Introducción a los problemas actuales de la filosofía)
Pero la ciencia como sistema de verdades descubiertas (y por tanto posibles) necesita del sentido, de la significación de las palabras, de la de los números y sus construcciones. La condición de toda verdad (y de toda falsedad) es la inteligibilidad. Una verdad ininteligible, ¿puede considerarse como tal? Por tanto, la infinidad de verdades posibles precisa de una sola condición de inteligibilidad, lo mismo que cada color precisa al menos de una misma propiedad (o conjunto de éstas) para ser visto o cada valor de una misma condición para ser estimado. Fuera de toda intelección no hay verdad posible, porque no hay sentido posible. Así, si hubiera tal Dios, que entendiera todo lo inteligible, no sería tan distinto de nosotros y seguramente tan limitado como nosotros.

lunes, 1 de noviembre de 2010

La suma de Borges

La suma

Ante la cal de una pared que nada
nos veda imaginar como infinita
un hombre se ha sentado y premedita
trazar con rigurosa pincelada
en la blanca pared el mundo entero:
puertas, balanzas, tártaros, jacintos,
ángeles, bibliotecas, laberintos,
anclas, Uxmal, el infinito, el cero.
Puebla de formas la pared. La suerte,
que de curiosos dones no es avara,
le permite dar fin a su porfía.
En el preciso instante de la muerte
descubre que esa vástaga agarabía
de líneas es la imagen de su cara.

(Jorge Luis Borges, Los conjurados)

Eso que ves y nombras eres tú: lo que conoces, pero también aquello en lo que te reconoces, porque las cosas y las palabras no están ahí más que para recordarnos nuestros afanes y ocupaciones. La mayoría de éstos son comunes, y por eso dibujamos las mismas cosas, pero hay otros más íntimos, ésos que los vivimos como si fueran sólo nuestros. ¿Y qué es entonces el Universo o todo cuanto hay?, ¿acaso cabe concebir la existencia de un ser que en el instante de su muerte descubriera de golpe no su cara, sino las infinitas imágenes de las caras habidas y por haber?