Podríamos decir que los cuentos de Oskar Panizza testimonian el desbordamiento de aquello que no puede contener ya la razón. La ciencia y la ética modernas, con su sujeto y su objeto prefabricados, debidamente dispuestos, pueden contener todo aquello que resulta de la misma naturaleza que ellos. El objeto ya está ahí para ser conocido, asimilado. El objeto ya está enjaulado antes de echarle el lazo. Lo mismo ocurre con el sujeto, que ha sido concienzudamente preparado para que sepa echar el lazo y éste alcance el objeto. El sujeto puede fallar, desviarse, sí, pero no puede más que seguir intentándolo, porque está para eso, para intentar apresar el objeto.
Los "objetos" de los cuentos de Panizza no se prestan a ser sujetados, y es que no están domesticados. Pertenecen a otro orden, a otra naturaleza, de ahí que el entendimiento y la voluntad poco o nada puedan hacer frente a ellos. No han resultado de un ejercicio de fabricación, deliberada y concienzuda, como la sustancia aristotélica o el fenómeno kantiano. Dormitan ferozmente, hasta que salen a escena e irrumpen -que no interrumpen- en la vigilia. La interrupción supone no salir de las tareas que nos ocupan. Queda integrada en la situación. La irrupción, sin embargo, implica cambiar de escenario, más exactamente, tener que abandonar el teatro. En ese momento todo te refiere, todo te llama, quedas expuesto, fuera de la posición desde la que hasta ese momento habías podido juzgar el mundo, incluso reírte de él.
“¡Y
de repente llegó! De repente, en medio del aire claro que se agitaba a nuestro
alrededor, como paños azules en medio del mar azul transparente como el
cristal, surgió un barco. Un vapor
impetuoso. Totalmente iluminado por el sol de mediodía. Iba tan rápido como
nosotros. Justo delante de nosotros. De color pajizo como un limón. Pintado
como ya nadie puede pintar un barco. Y ya que íbamos casi a la misma velocidad,
me equivoqué en cuanto a su verdadero movimiento. Y con las oscuras piezas
superpuestas como verrugas –las ventanillas de los camarotes-, se acercó el
monstruo de color chillón, como un sapo
amarillo, un anfibio enorme y venenoso.” (Oskar Panizza, El sapo amarillo)