"La riqueza del hombre es infinitamente superior a lo que él presiente. Es una riqueza que nadie puede robar, y que en el curso del tiempo aflora una y otra vez, sobre todo cuando el dolor ha excavado la profundidad." (La emboscadura)
El secreto nos protege del demonio, que
utiliza la inteligencia para engañar al inteligente, la fuerza para vencer al fuerte,
la astucia para manipular al ingenioso, la elocuencia para convencer al locuaz.
El secreto nos previene del hurto y del robo. También de la apropiación y de la
violencia. ¿Quién podría arrebatarnos lo que no se conoce? Hay secretos que se
lanzan al mar, y embotellados navegan a medio camino de lo desconocido y lo conocido,
de lo muerto y lo renacido. Un papel de tinta fría, de repente, se convierte en
una historia llena de vida. Los secretos cobijan, refugian, alientan a quien
los porta a seguir viviendo en ellos. Quizá sea un juguete, escondido dentro
del árbol, una lista de preferencias vitales, redactada en una servilleta que
se guardará en el último coche de madera olvidado. O quizá un nombre, del que
se quiere que permanezca innombrado, no vaya a ser que el viento se lo lleve y
se pierda en lo infinito.
Hay también amores secretos, que por temor a perderse conservan su misterio. El secreto nos salvaguarda del mal, y de las fuerzas del orgullo y el egoísmo. ¿Por qué habríamos de tener secretos en un mundo sin cárceles y esclavos? ¿Por qué habríamos de confesarnos en un mundo sin injusticia y sin mal? En el secreto, o respecto de él, somos dueños y señores. ¿Acaso alguien más sabe el secreto que guardo? Somos libres de hacer lo que queramos con él. A cada momento lo podemos deshacer, o embotellarlo a ver si alguien lo deshace. Olvidó que tenía secretos. Pero el secreto nos pertenece, como ninguna otra cosa. Y es en él donde nos hacemos fuertes. Es por él como podemos levantar o derribar imperios. Es por él como podemos hacernos un nombre, aunque sea solo para nosotros mismos.