viernes, 13 de julio de 2012

Julio de 1.916. La Batalla del Somme


Qué fácil es disparar sin pensar, con los ojos cerrados y que sea lo que Dios quiera, qué complicado actuar una vez desarmado, 
y cómo retumba la maldita pregunta, ¿queda algo con vida en las líneas enemigas?.


Comienzas a razonar cuando se te acaban las balas, ironías de la vida, y lo duro llega ahora, en la inmensidad del silencio.


Hay que tirar de bayoneta, se exige el cuerpo a cuerpo, la muerte ronda fuera y no sabes a qué te enfrentas,
¿habré hecho diana?, pero has tirado a ciegas y no sabes nada.


La panorámica da paso al primer plano, siempre más lento, cosas del maldito cara a cara.


Cuando la guadaña fumiga los campos de Francia al son de la artillería no hay reloj en el mundo capaz de seguir su ritmo,
y ahora, a solas con el enemigo, cada escalón recorrido por la aguja rechina en tu cabeza, te arden los tímpanos.


Ya no reconoces el punto de partida, sólo vislumbras el círculo rojo marcado por el General en su cómodo despacho.
Esa maldita marca en el mapa ha terminado con tus balas y ahora amenaza tu paciencia y estás bien jodido.


Sólo queda avanzar hacia la luz del túnel, con la cabeza baja o altiva mirada, eso lo dejan a tu elección.
Aquí las cosas funcionan por aplastamiento, que la munición del enemigo tampoco es infinita,
o eso piensa el Alto Mando mientras añade tu nombre a la lista de bajas.


Debes asumir que tu misión es raer al enemigo hasta que alguien llegue a los tuétanos,
sino la noche se te hará muy larga y la batalla interminable.


Samuel Porcel Dieste.