Escucho un fuerte ruido entrecortado. El ruido forma parte de mí. Soy ruido que está a punto de desaparecer. Comienzo a distanciarme y veo que el ruido procede de mi televisor. Me distancio todavía más y compruebo, ya relajado, que procede de mi viejo televisor.
Así reza el sueño que tuve la pasada noche, y que rememora la intuición que ya tuviera Empédocles con aquello de las fuerzas de la Concordia y de la Discordia. Sí, como en el sueño, el ser recupera su individualidad por la distancia. El agua vuelve al agua, el aire al aire, y así con cada uno de los elementos. De aquella mezcla donde todo se confunde, por la distancia, gracias a ella, cada ente recupera su individualidad, vuelve a su ser, o su ser vuelve a él. Esta es precisamente la idea del sueño, sólo que, además, el sueño habla del sosiego de quien recupera su identidad. ¿Pero cómo podría ser de otro modo? Esta idea, que la distancia sosiega y pacifica es lo que andaba buscando para concluir mi trabajo sobre el exceso y la dispersión. Gracias, sueño.
Por turnos prevalecen en el curso del ciclo,
se amenguan mutuamente y se acrecientan por turno
prefijado,
pues sólo ellos son reales, mas en su mutuo recorrerse
se tornan hombres y especies de otros animales.
Unas veces por Amistad concurriendo en un solo orden del
mundo,
otras por el contrario separados cada uno por su lado por la
inquina del Odio,
hasta que, en uno combinados, acabe por surgir en lo
profundo el todo.
De esta forma, en la medida en que lo uno está habituado a
nacer de lo múltiple
y en la medida en que, a su vez, al disociarse lo uno, lo
múltiple resulta,
en ese sentido nacen y no es perdurable su existencia.
Mas en la medida en que estos cambios incesantes jamás
llegan a su fin,
en ese sentido son por siempre inmutables en su ciclo.
Empédocles de Acragante, Acerca de la naturaleza