Hoy el acceso al Bosque es más intrincado, o se halla más
camuflado, con tanto ruido y tanta máscara, que se adhiere hasta casi
confundirse con la piel. La piel tiene que respirar, oxigenarse, sacudirse de
todo cuanto no es ella misma, y entonces empezar a sentir. La belleza de las
cosas. Su luz. Por eso –en este tiempo saturado, empachado- es bueno practicar
la mendicidad, y salir un poco a la intemperie, allí donde no hay colonias ni
inyecciones. Es un tiempo virgen, abierto a la exploración. A veces, basta
abrir la ventana y ponerse a mirar.
“La belleza del arte debe ser un misterio en sí
misma. Jamás habrá otro Goya. ¿Volveré a tener un Gauguin tan cerca como
aquel Nafé Faaipoipo sin dimensión? Ni manchistas ni
manchadores, los macchiaioli. ¿Volverán? ¿Tendremos otro urinario
de Duchamp? ¿Campos de color de Clyfford Still? ¿Pollock y sus chorretones? El
arte deriva hacia un nihilismo terrible. Hace falta sensibilidad, mucha
sensibilidad, la propia, la que surge del espíritu de cada uno, la que no está
deformada por la ideología imperante, la publicidad a mansalva y las
instituciones de adoctrinamiento. Tiempos difíciles, la insignificancia se alza
al estatus de milagro. La trampa es muy fácil: cuando criticamos lo sincrónico
es como si, al mismo tiempo, se hiciera un juicio malvado e injusto hacia lo
transgresor. No es así. Nunca debería ser así.” (Rosa Moncayo, en https://www.elboomeran.com/rosa-moncayo/arte-o-enganifa/)