Cuando se habla de «minorías selectas», la habitual bellaquería suele tergiversar el sentido de esta expresión, fingiendo ignorar que el hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Y es indudable que la división más radical que cabe hacer de la humanidad es ésta, en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva.
Estos hombres que cargan sobre sí tareas y esfuerzos extraordinarios viven como verdaderas necesidades aquellas que otros juzgan de ajenas y extrañas, de incomprensibles desde un punto de vista racional. El torero que necesita salir al ruedo arriesgando cada vez su vida, ¿qué necesidad tiene de ello si la vida ya está llena de riesgos? Y el poeta que se desvive por expresar la belleza de las cosas, ¿qué necesidad tiene de hacerlo si la naturaleza contiene ya infinidad de paisajes y experiencias sublimes?, ¿y qué gana el científico que renuncia a su vida social en su camino personal de búsqueda de la verdad?
Ortega advierte que el carácter dramático del asunto radica en que estos hombres no solo se juegan el «estar bien» consigo mismos, sino su simple «estar en el mundo» En efecto, las minorías han de sentir en todo momento que tienen la posibilidad de satisfacer este tipo de necesidades para otros superfluas e innecesarias, ya que, de otro modo, si su circunstancia les impidiera para siempre satisfacerlas acabarían renunciando a la vida. Estas minorías viven en aras de lo que todavía no son, de un «no ser» que se ha instalado en ellos demandando ser realizado. Son presos de cierta insuficiencia ontológica que les hace renunciar a lo que son y atender únicamente a lo que no son.
José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas.
Estos hombres que cargan sobre sí tareas y esfuerzos extraordinarios viven como verdaderas necesidades aquellas que otros juzgan de ajenas y extrañas, de incomprensibles desde un punto de vista racional. El torero que necesita salir al ruedo arriesgando cada vez su vida, ¿qué necesidad tiene de ello si la vida ya está llena de riesgos? Y el poeta que se desvive por expresar la belleza de las cosas, ¿qué necesidad tiene de hacerlo si la naturaleza contiene ya infinidad de paisajes y experiencias sublimes?, ¿y qué gana el científico que renuncia a su vida social en su camino personal de búsqueda de la verdad?
Ortega advierte que el carácter dramático del asunto radica en que estos hombres no solo se juegan el «estar bien» consigo mismos, sino su simple «estar en el mundo» En efecto, las minorías han de sentir en todo momento que tienen la posibilidad de satisfacer este tipo de necesidades para otros superfluas e innecesarias, ya que, de otro modo, si su circunstancia les impidiera para siempre satisfacerlas acabarían renunciando a la vida. Estas minorías viven en aras de lo que todavía no son, de un «no ser» que se ha instalado en ellos demandando ser realizado. Son presos de cierta insuficiencia ontológica que les hace renunciar a lo que son y atender únicamente a lo que no son.