Si
hace unos días hablábamos del contrasentido de la nueva figura del
profesor-traductor en los programas bilingües, insistiendo en el modo como los
nuevos lenguajes instrumentales están invadiendo el área del conocimiento, la
nueva apuesta educativa de ofertar “clases de autoestima” a los alumnos que no
vayan a cursar religión católica ahonda, más si cabe, en la loca carrera hacia
el desbocamiento total. Con el propósito de que los alumnos que no elijan
cursar Religión no tengan una hora perdida en el horario escolar, la opción
elegida por las autoridades educativas, con eso de que hay que corresponder a
la nueva oleada de jóvenes desanimados y deprimidos, es la de que reciban un
plan concienzudo de atención motivacional: «La atención se programará y
planificará por los centros de modo que se dirijan al desarrollo de las
competencias transversales a través de la realización de proyectos
significativos y relevantes y de la resolución colaborativa de problemas reforzando
la autoestima, la reflexión, y la responsabilidad», dice la disposición
adicional primera del borrador del Real Decreto de Primaria y ESO.
Llegados
a este punto, y por la experiencia pasada de programas piloto educativos, mucho
me temo que el plan se vaya a traducir en un «sálvese quien pueda», buscando los
profesores entre los estantes de CDs aquellos viejos musicales animosos como Amelie o Cantando bajo la lluvia, y todo para ver cómo estiran sus mejillas
los alumnos alternativos y cuidando que no se dirijan a ti con el semblante
caído confesando una depresión de caballo. ¿Verdaderamente alguien puede creer
que se puede hacer lección de la autoestima y la responsabilidad?
¿Verdaderamente alguien puede creer que con una o dos horas semanales los
alumnos vayan a colorear sus vidas y encontrar nuevos significados a la
existencia humana? ¿O es que, más bien, de lo que se trata es de hacer ver que la
solución al desánimo y la apatía la tiene el mensaje salvador impartido únicamente en las clases de Religión?
*
En
todo caso, este «sálvese quien pueda», instalado como norma en los centros
educativos, no quita para que equipos directivos y comisiones exhaustas de
obedientes profesores, una vez más, tengan que reunirse para sentarse a pensar
cómo rellenar los nuevos planes de programación y planificación. Convertidos por la lógica del neoliberalismo en auténticas
fábricas de instrumentos y procedimientos, nuestros centros serán, a un tiempo,
parroquias para creyentes y no creyentes: a los unos se les dará el pan de cada
día; a los otros, se les utilizará de masa con la que amasar el pan.