viernes, 10 de abril de 2020

Palabras compañeras


Hoy más que nunca los discursos pueden apaciguar, acompañar a tantos corazones sumidos en la confusión y la incertidumbre. Quizá, como en ningún otro tiempo, las palabras deban apartar a la razón de promover la inquietud acariciando el dolor de tantos hombres y mujeres prisioneros. Es el momento de hacer del lenguaje un sutil instrumento cuya eficacia moral sólo se verá recompensada por un gracias o un te quiero, como antiguos mitos que acompañaban a almas desamparadas preparándolas para el bien morir. Quizá vaya siendo hora de abandonar la confrontación y la dialéctica para dejar paso a ese otro discurso de palabras suaves, endulzadoras de tiempos cegados por el desasosiego. Abandonaremos aunque sea durante unos días la disputa sobre quién lo hizo o por qué no tomaron medidas, como cuando recibíamos de nuestros padres aquellos cuentos regalados que nos abandonaban al sueño. Miraremos los ojos de los demás como estando necesitados de consuelo y de verdad. «La recompensará será bella y grande la esperanza».

                              José Antonio Porcel, Caminando

Silencios sonoros

Hay silencios que no se explica que queden relegados a las periferias del pensar. Será que las periferias recogen lo que fuerzas centrífugas no logran contener expulsándolos a las afueras, como restos malogrados de obras inacabadas. Cuáles de estos sobrantes son centrales es una cuestión que sin duda requiere salirnos del pensamiento académico y zambullirnos en la aventura del conocimiento. Los advertimos no por lo que se dice de ellos, pues ya hemos dicho que son expulsados del convento y la opinión, sino por la manera como se muestran sin llegar a decirse. Aquellos sustratos subyacen a lo explícito, incluso sosteniéndolo y dándole unidad, pero sin llegar a verbalizarse. Dando forma a relatos, ficciones o piezas hiladas, causan estupor y alegría en quien los descubre, como el que halla la manera de convertir el mineral en piedra refulgente.

                                 José Antonio Porcel, Árbol en el río

"El lenguaje no vive de sus propias leyes; si así fuera, el mundo lo dominarían los gramáticos. En el fondo primordial la palabra no es ya forma, no es ya llave. Se identifica con el ser. Se torna poder creador. Y ahí es donde está su fuerza enorme, que jamás podrá ser convertida en moneda. Lo único que aquí hay son acercamientos. El lenguaje habita en torno al silencio a la manera como el oasis se emplaza alrededor del manantial. Y el poema corrobora que se ha logrado entrar en los jardines intemporales. De esto vive luego el tiempo." (Ernst Jünger, La emboscadura)