domingo, 25 de diciembre de 2016

La evaluación perversa

Sócrates no cobraba sus enseñanzas, porque tampoco pretendía evaluar el aprendizaje de sus alumnos. Allí donde acudía convertía a la multitud en auditorio, pero sin pretender cerciorarse de que éste verdaderamente hubiera comprendido lo que él transmitía. No había motivo para hacerlo. La evaluación nace en el momento en que la enseñanza se profesionaliza, en el momento en que hay que justificar la existencia de instituciones, métodos, teorías, creencias, con las que se pretende encauzar y dirigir la educación. La evaluación se aplica sobre todo, no hay nada que se salve de ser evaluado: se evalúa a alumnos, profesores, métodos, programas, cuerpos, instituciones, sistemas, los propios métodos evaluadores... Pero siempre en aras de un mismo propósito: el de justificar el sentido y la operatividad de todo cuanto forma parte del sistema educativo, incluido el propio sistema. Por ello, un profesor vocacional, de los que enseñan sin esperar nada a cambio, movido por la sola necesidad de enseñar, ve la evaluación como una sobrecarga innecesaria. Interiormente se pregunta: ¿por qué tengo que evaluar al alumno si ya le he transmitido todo lo que sé? Asimismo, hay todavía alumnos que se resisten a ser evaluados, que suspenden no por falta de conocimientos, sino porque se niegan a aceptar las reglas del juego.

La perversión no sólo está en el imperativo a evaluar, sino en el criterio que se ha elegido para obedecerlo. Los números, que tanto servicio han hecho a la ciencia, las artes y la historia, se han convertido en el instrumento con el que sistema cuenta para evaluar y justificar la toma de decisiones. La perversión de pretender cuantificar el aprendizaje radica en considerar que el conocimiento es una realidad numerable. Son numerables las cosas, las velocidades, las distancias, la profundidad, la altura, la anchura, ¿pero lo es el conocimiento? No entiendo como, siguiendo el mismo principio que se aplica a la evaluación en los sistemas educativos, no hay quien no ha inventado una técnica para medir el amor, la amistad, el odio o la envidia. ¿O ya se ha inventado? Sin duda, uno de los signos inequívocos de los sistemas totalitarios consiste en el diseño y aplicación de métodos para evaluar el grado de imbecilidad y docilidad de los individuos a los que se pretende someter.

Afortunadamente, todavía hay profesores a los que les incomoda la tarea de evaluar y alumnos que se resisten a ser evaluados.

martes, 6 de diciembre de 2016

La escalera interminable

Me hallaba en una piscina de descomunales proporciones, toda ella pintada de blanco, y el agua cristalina sin ninguna onda que la atravesara. Era un día sin nubes. El sol se había retirado pero una luz intensa irradiaba todas las cosas. Lo llamativo del recinto era que no había entrada ni salida. Tampoco veía relojes ni calendarios. Los pocos bañistas tumbados en el cemento blanco me miraban, como aguardando una decisión que debía tomar. Pero el agua no invitaba a bañarse ni el sol a ser tomado. No podía más que subir a lo alto de un trampolín que yacía en medio. 

Sabía que una vez arriba no podría bajar si no tirándome al vacío. Mientras hacía el último esfuerzo para conquistar lo alto, veía salir del trampolín una escalera mecánica que subía hasta casi perderse. En uno de los peldaños se encontraban sentados, entretenidos en una amigable conversación, una jovencísima Ingrid Bergman y Vicente Minnelli, y junto a ellos dos personas cuyo rostro no logro recordar. La escalera avanzaba interminable, mientras ellos elevándose reían y se divertían.


Sueño de la noche del 5 de diciembre

viernes, 2 de diciembre de 2016

¿De qué nos sirve ser creyentes?

No entiendo cómo pudieron estar reñidas la ciencia y la fe, si cualquier teoría científica precisa de un acto de fe. Pensemos en la idea de que el Universo se originó de una gran explosión....Una gran explosión, ¿a partir de qué?, ¿y por qué se produjo?... Dicen que a partir de un punto de densidad casi infinita...Vaya artilugio, vaya impostura. En una entrada anterior reclamábamos la naturaleza ficticia de la ciencia; ahora añadimos que el componente ficticio se encuentra desde el principio. Vayamos a la ciencia médica. Se dice que se puede vencer una enfermedad cuando se conocen sus causas, pero no se dice por qué se producen aquéllas. Sencillamente, se arbitra que ocurren.

Necesitamos de la fe, no ya sólo para confiar en nuestras herramientas de aproximación a la verdad, sino para poder decir que nos hemos aproximado a ella. La fe es el pulmón de la ciencia, no su oxígeno. Por ello, creo que es un falso debate el que se plantea en torno a la compatibilidad o incompatibilidad entre fe y razón, como si ambas fueran piezas de un mismo puzzle o elementos de un mismo paisaje.