Me ha gustado mucho el poema que aquí nos deja nuestro colaborador ocasional Miguel Porcel. Su lectura me ha recordado enseguida al sueño autobiográfico de Ingmar Bergman en Fresas salvajes, en el que el personaje Isak se ve a sí mismo en un ataúd: verse ahí fuera, desdoblado, en observador y observado, es la única forma de percibir, de vivenciar la propia muerte. La escena me sugiere al mismo tiempo un retorno a lo primigenio, donde la niñez y la senectud se confunden, casi se identifican y desaparecen como tales: "Era una figura diminuta. Parecía un niño. ¿Una mujer?, dudé. O, tal vez, era un viejo, muy viejo."
En este sentido, el poema me recuerda también a algo que leí de Goethe y que decía algo así como que no hay mayor dicha que la de volver en el final de tus días a revivir el comienzo de tu vida. No se trata de vivir del pasado (de vivir en la nostalgia), sino de revivir nuestro pasado, hasta el punto que la propia historia desaparece reviviéndose ese instante de bienvenida a la vida...Así, la inocencia de la escena que aquí se describe la podría vivir tanto un niño -sin historia todavía y por ello sin nada que recordar-, como un viejo, muy viejo -con su historia ya acabada, pero por eso mismo sin tiempo ya para convertirlo en historia, en recuerdo-. En fin....disfrútenlo:
Los pájaros
Alrededor había pájaros.
Los vi, picoteando, mirando arriba, abajo.
También había alguien echándoles migas de pan.
Era una figura diminuta.
Parecía un niño.
¿Una mujer?, dudé.
O, tal vez, era un viejo, muy viejo.
Miré bien: nada de eso.
Era yo.
La figura diminuta que echaba pan a los pájaros era yo.
¿Qué hacía yo allí fuera?
El hombre diminuto no sería capaz, pensé,
de sentirse observado.
Yo, el verdadero yo, era el que miraba
no sólo a él, también miraba a los pájaros
y quien reconocía que la figura diminuta era yo.
¿Qué hago -pensé- reconociéndome ahí fuera?
¿Estás seguro de que te reconoces? Me pregunté.
Yo, que siempre entorno los ojos
cuando me miro al espejo.
Sin embargo, lo que veía,
los pájaros y la figura diminuta,
-que era yo-
era lo puramente real,
era puro porque era real.
Yo estaba mirando con los ojos bien abiertos,
con mis mejores ojos,
con mis ojos vivos.
Vi a los pájaros volar
en vuelos cortos.
Saltar.
Unos desaparecían, para mí es como si desaparecieran para siempre,
otros volvían y picoteaban de nuevo.
La figura diminuta, en un momento dado,
extendió las manos,
se sacudió las manos.
Se acabó el pan, deduje,
se acabó.
La figura diminuta se fue yendo,
despacio.
Y ya no quedaba nada de ella,
ya no quedaba nada de él.
Entonces no sólo vi a los pájaros,
también los oí cantar:
un canto largo y picudo como un alambre de espino.
Ahora, yo estoy solo,
mirando.
Yo ya no estaba fuera,
no.
Miguel Porcel,
28 de marzo de 2010