¿Por qué no hacer de
un jardín un maestro? Aunque sea de un pedacito de tierra, con sus tomates, sus
patatas y sus cebollas. Y siempre con su disciplina, con la humildad que su
cultivo exige entre quienes lo procuran y lo cuidan. ¿Por qué no rodear los centros
escolares, al menos los más indisciplinados, de esplanadas de jardines, con sus
parcelas, su humedad y su tierra? ¿Y abrir entre el currículo de enseñanza
obligatoria, junto a las matemáticas y el inglés, y otras aquellas mal llamadas
materias instrumentales, la asignatura de Cuidados del jardín? ¿No
aprenderían con ella a disciplinarse más los alumnos? ¿No se abandonaría
entonces la penosa tarea de "tener que" decirles cómo ser
disciplinados? Y ello mientras estos mismos alumnos, los que se harían
responsables de su parcela, si la tuvieran, aburridos de escuchar siempre la
misma monserga, se tiran papeles mientras juegan a desafiar al indefenso educador
de valores.
Mucho me temo que
los valores no se transmiten, o no son susceptibles de ser
codificados, y menos de ser penetrados por intelección. Que no, que los valores se
viven, se adquieren, se incorporan al ser de cada uno.... Y el trabajo en
el jardín, eso seguro, pues así lo demuestra cualquier historia milenaria
de la vida monástica, es una fuente muy efectiva de asimilación de
valores. Valores como la humildad, pues la tierra, quizá más que ninguna otra
cosa, aunque sea un pedazo de ella, tiene sus leyes, sus ritmos, sus normas,
siempre infranqueables. Y valores como la constancia, pues el trabajo ha de ser
constante, y abarcarlo todo, pues cualquier mala hierba que quede puede acabar
con todo el jardín, que ya será nuestro, porque así lo viviremos, fruto de
nuestro trabajo. Pero, sobre todo, el valor de la responsabilidad. ¿Cómo puede
hacerse responsable a alguien de un número, de una nota, que es algo abstracto,
apenas tangible, quizá sólo audible? Es lo que hacemos con este sistema
educativo cuyo objeto, además del siempre incierto aprendizaje del alumno,
es la obtención de un resultado meramente abstracto, y nada propio, que forme parte de uno, porque no se puede vivir.
No, quien cuidara
del jardín se haría responsable de su jardín, con su parcela, su
tierra y su humedad, que es algo bien tangible, tanto que se puede abrazar, y
respirar, y dormir en él, hasta soñar con que da más tomates, cebollas y patatas.
¿Por qué no
abrir entonces a nuestro currículo de enseñanza obligatoria Cuidados del jardín?
El hombre que cultiva la tierra se cultiva a sí mismo. Tiende puentes entre la tierra y el cielo, entre él y los demás. Ennoblece lo que hasta entonces era yermo e indiferente. El jardín es una escuela en la que aprendemos a vivir con rectitud. Nos abre los ojos para que comprendamos la causa última de las cosas y también su efecto. En este sentido, es una fuente de sabiduría y de virtud. (Los jardines de los monjes, Peter Seewald y Regula Freuler)