Me pregunto si en educación nos podemos sentir, profesores y alumnos, como debió sentirse el prisionero de Platón cuando vio rotas sus cadenas. Seguiría la luz, desde luego, pero sin saber a dónde le conduciría. Algo así como quien sigue unas vías de tren en una noche remotamente perdida o asciende a una cima en un día de niebla. Lo que se avance puede ser en vano, y cualidades como la precisión, la adecuación o la exactitud dejan de ser relevantes. De hecho, ya ni siquiera importan. Que haya algo de luz, o de camino, es lo único que hace seguir adelante. Me pregunto, por tanto, si una educación -como la que tenemos- basada en la obtención y el resultado, ajena a la necesidad y determinada por la única posibilidad del conseguimiento o del no conseguimiento, puede hacer siquiera que profesores y alumnos quieran sentirse liberados.
“Desear es buscar, andar a tientas en pos de algo que no se sabe exactamente qué es ni dónde está, algo que nunca podrá alcanzarse; es ir más allá de lo que uno se ha encontrado al llegar al mundo, de lo que uno ha recibido. Hay deseo porque hay insatisfacción, porque nada ni nadie puede llenar la existencia, porque existir es «ser en falta», porque tenemos la sensación de que el mundo en el que nacemos no nos es suficiente, porque nada es suficiente." (Joan-Carles Mélich, La fragilidad del mundo)