A los míos,
Decía Borges que si de algo nos libera la muerte es de la pesada carga diaria de ser yo. Y no faltando razón, en estos días desprovistos de sus soles y sus lunas, más bien, la carga es la de no poder ser yo. O eso vivo cuando no me siento realizado abriendo a mis alumnos el libro diario, o dejándome acariciar por el sol del mediodía en ese primer café junto a los tuyos. O en parques y paseos, cuando de la mano amiga te invadía la complicidad de quienes se cruzaban y, en aquellas noches de eras negras, estrellas avivaban hasta hacer grande tu insignificancia.
Decía Borges que si de algo nos libera la muerte es de la pesada carga diaria de ser yo. Y no faltando razón, en estos días desprovistos de sus soles y sus lunas, más bien, la carga es la de no poder ser yo. O eso vivo cuando no me siento realizado abriendo a mis alumnos el libro diario, o dejándome acariciar por el sol del mediodía en ese primer café junto a los tuyos. O en parques y paseos, cuando de la mano amiga te invadía la complicidad de quienes se cruzaban y, en aquellas noches de eras negras, estrellas avivaban hasta hacer grande tu insignificancia.
Ese yo de antes, ¿dónde ha quedado ahora que no puedes interpelar ni ser interpelado? ¿Y dónde si ya no puedes apagar la vela junto a los tuyos en tu cumpleaños? ¿O celebrar bautizos y enterramientos bajo las nubes de nadie? Una pesada carga, la de no poder ser yo, que ahora despierta contigo todos los días contagiando incluso la dulzura del primer sueño. Una pesada carga, la de no poder ser yo, que nos abre al otro de una manera desconocida, como la del mármol que se aparece a quien es incapaz de tocar o la de la luz a quien es incapaz de mirar.