jueves, 23 de abril de 2020

La pesada carga de no poder ser yo

A los míos,

Decía Borges que si de algo nos libera la muerte es de la pesada carga diaria de ser yo. Y no faltando razón, en estos días desprovistos de sus soles y sus lunas, más bien, la carga es la de no poder ser yo. O eso vivo cuando no me siento realizado abriendo a mis alumnos el libro diario, o dejándome acariciar por el sol del mediodía en ese primer café junto a los tuyos. O en parques y paseos, cuando de la mano amiga te invadía la complicidad de quienes se cruzaban y, en aquellas noches de eras negras, estrellas avivaban hasta hacer grande tu insignificancia. 



Ese yo de antes, ¿dónde ha quedado ahora que no puedes interpelar ni ser interpelado? ¿Y dónde si ya no puedes apagar la vela junto a los tuyos en tu cumpleaños? ¿O celebrar bautizos y enterramientos bajo las nubes de nadie? Una pesada carga, la de no poder ser yo, que ahora despierta contigo todos los días contagiando incluso la dulzura del primer sueño. Una pesada carga, la de no poder ser yo, que nos abre al otro de una manera desconocida, como la del mármol que se aparece a quien es incapaz de tocar o la de la luz a quien es incapaz de mirar.

Empaquetado de virus


Tampoco la virulencia de la pandemia ha podido siquiera enfriar el culto al rendimiento y la rentabilidad, sino que, más bien, habiendo sido integrada desde el principio a la maquinaria de la explotación y la rentabilización, confirma una vez más el orden económico mundial existente. Por más que emerja la nostalgia de tiempos donde aún eran posibles la disolución y el resquebrajamiento de valores poderosamente forjados, y de los que aparecieron obras, hoy impensables, como La peste, de Camus, La náusea, de Jean Paul Sartre o Si esto es un hombre, de Primo Levi, el nuevo virus, desde su nacimiento debidamente etiquetado y empaquetado, no hará sino, una vez más, confirmar la espectacularidad de la nueva moralidad televisada. Y es que en sociedades como la nuestra en las que el nihilismo ya no es posible, y no porque nadie esté dispuesto a morir por las ideas sino porque no hay batalla donde sea posible el combate, parece que la única resistencia es conciliarse con las fuerzas indómitas y sacar, aunque sea de entre los muertos, una pedazo de ti mismo. 


"El ser humano ha penetrado demasiado en las construcciones y ahora es valorado en poco y pierde pie. Esto lo acerca a las catástrofes, a los grandes peligros y al dolor. Y estas cosas lo arrastran a lugares donde no hay caminos, lo llevan hacia la aniquilación. Lo sorprendente, empero, es que es precisamente ahí, es justo en la proscripción, en la condena, en la huida donde el ser humano establece contacto consigo mismo en su sustancia indivisa e indestructible. De esta manera atraviesa los espejismos y adquiere conocimiento del poder que tiene." (La emboscadura, Ernst Jünger)

Silencios digitalizados

Día 41.

La gloria de la época de la imagen deviene cuando el silencio se hace imagen.

                                     El Roto