El maestro Mokurai, tras batir las palmas y escucharse el sonido de ambas manos, pidió a su protegido Toyo que mostrara el sonido de una sola mano. Toyo hizo una reverencia y fue a su habitación para reflexionar sobre esta cuestión. Y como vio que no daba con el sonido salió al mundo para descubrirlo, pero fuera donde fuera no lo hallaba. Al fin entendió que no es por el contacto como llegaría a comprender cuál es el sonido de una sola mano.
¿Y cómo sonamos cuando también nos encontramos solos y fuera de los nuestros? ¿Tendremos que trascender todos los sonidos, como hizo Toyo, para comprender que nuestro sonido es también insonoro? ¿O tendremos que buscar el contacto con lo semejante para sentirnos sonar de nuevo? Sí, cuando el recuerdo del hogar todavía llama a la puerta buscamos al próximo, y comprobamos que todavía resuena nuestro corazón, al amparo del otro, también combatiente, también algo frío.
Reflexión del 20 de Noviembre