El nuevo curso escolar se avecina como los
nacimientos, con la pereza de quien ha vivido un tiempo largo de sol y playa,
pero con
la ilusión temblorosa de quien no sabe con qué va a encontrarse. Y es que no
hay curso que sea viejo ni novedad que no se dé en curso. Desde que andamos en
esto de la enseñanza –aventura y búsqueda desde su inicio- no ha habido curso
que no haya encontrado su impronta, o estilo, por novedoso. Cada uno de los
dieciocho que llenan mi carrera profesional ha ido recorrido por un hilo que
casi se ha formado al principio y terminado al final. Un hilo con el que se han
tejido las ramas que luego compondrán hojas, ramillas y árbol entero. Ese hilo a veces lo ha compuesto un
grupo singular de alumnos, del que comenzamos asumiendo su tutoría y acabamos
tan entremezclados con sus vidas que salimos del curso con más amigos de
los que entramos. Otras veces el hilo se ha caracterizado por alguna de tantas
novedades legislativas que sacuden nuestra educación y entonces, desde el
comienzo, y todos los profesores a una, nos llenamos de tropezones y
trompicones para plantear cualquier iniciativa o saber qué decidir en las
reuniones. Hay años en los que uno ha tenido que estrenarse como Jefe de
Estudios, los más desafortunados, por decreto de Inspección –con eso de que
está en la función pública atender cuantas necesidades requieran los centros-,
y ya se sabe que el veranito, en lugar de ser de amigos y playa, lo será de deberes
e informes, como cuando de críos arrastrábamos alguna asignatura y con el Libro gordo de Petete o el de Santillana nos
marcaban un horario veraniego de repaso.
También
hay cursos en los que al comienzo, muy al comienzo, ocurre algo, diríamos que insólito,
sorpresivo, increíble. Quizá el comportamiento extraño de algún adolescente, de
esos que desbaratan cualquier tentativa de comprensión de los equipos
orientadores, o una idea genial de algún lumbrera, fuera de tiempo, propio de
aventajados, que aviva nuestro cuerpo neuronal y ya hay materia de reflexión
para el resto del curso. O quizá al poco se presenta un compañero o compañera de
trabajo de una categoría moral excepcional, que rebosa generosidad por su
brillo empático e intelectual y sabes que ganarás el curso si logras su amistad.
Sí, los amigos de la verdad son los mejores compañeros.
El
caso es que el nuevo curso es siempre aventura, tejimiento y crecimiento, para
profesores, equipos, padres y alumnos. Y ahora, mientras damos los últimos
coletazos de diversión y nos zambullimos buscando los últimos restos de verano,
todos y a una nos preparamos para ver qué nos deparará eso que, de inicio,
llamamos nuevo curso escolar.