Es una perversión considerar el conocimiento como un añadido, un excedente, o como algo que falta al hombre precario. Somos herederos de una tradición que ha considerado el conocimiento como conocimiento de algo. Primero fueron las Ideas, luego las formas esenciales, más tarde las ideas simples, los fenómenos puros, los datos...y así hasta un sinfín de realidades que, en primera instancia, se presentaban como realidades extrañas que debían recuperar su lugar propio en el intelecto. Y así, estos mismos esquemas de pensamiento los reproducimos en nuestras relaciones con aquellos que consagran su energía al aprendizaje y la conquista de títulos. Sí, los títulos parecen estar ahí aguardando el reconocimiento por todo un esfuerzo realizado. El título, más que en un pasaporte, se ha convertido en el testimonio de una batalla librada....
Pero, ¿y si el aprendizaje no va de esto? A estas alturas a nadie se le escapa que la acumulación de títulos no garantiza una buena disposición para el aprendizaje. Me decía un alumno ya avezado en eso de conseguir títulos que el secreto está en saber cómo y dónde conseguirlos, no tanto en dedicar horas al conocimiento de la materia. Hasta hace unos años el título trascendía su mera materialidad y abría a un mundo de posibilidades laborales, pero ya no es así. El leitmotiv no puede ser ya la obtención de un mero papel, de ahí que, tarde o temprano, sanemos de "titulitis". Tampoco la adquisición de conocimientos, cual realidades ajenas a nosotros que han de encontrar su lugar propio, es suficiente para explicar nuestra inclinación hacia ellos. Los alumnos que a fuerza de memoria y de asimilación se quedan sólo en eso, en el dominio de la destreza de memorizar y de comprender, acaban viendo el aprendizaje como un algo tedioso que termina por abandonarse.
El conocimiento no es conocimiento de algo. Decía Goethe que una nueva idea es como un órgano desde el que entender el mundo. El conocimiento es ese órgano sin el cual no podemos abrirnos a nuevas maneras de ver nuestro mundo. El alumno que seguirá yendo a la biblioteca o gastando su dinero en libros es ése que, durante las horas muertas o en su tiempo vacante, comienza ya a vislumbrar que el secreto no está en lo que dice el profesor, sino en su empeño en decirlo, señal de que el mundo se está abriendo a sus ojos.