Cada vez estoy más convencido de que los manuales de Filosofía, y la academia en su conjunto, con aquello de que "somos sujetos y dueños del porvenir", nos han llenado de ideas que, aunque muy fundamentadas, resultan impulsoras y legitimadoras de prácticas engañosas. Advierte Alain de Benoist que los totalitarismos políticos del pasado siglo responden al mismo esquema que la Ilustración, sólo que aquellos, en lugar de venerar a la Razón, entronaban a los Estados totales. Pero ambos, Ilustración y autoritarismo, pretenden erigir el porvenir histórico sobre el cimiento de la autonomía de la voluntad. Es de la "buena" voluntad de donde ha de extraerse la sustancia histórica.
Sin embargo, como decía, cada vez creo menos en los personajes y más en las personas, con sus vilezas, sus bondades y desmesuras, y sobre todo con su forma de estar, siempre situada, y además en un mundo que no ha terminado de elegir. Nadie nos pidió permiso y, sin embargo, aquí estamos, aquí y ahora.
Aquellos manuales, ya contados por nuestros abuelos, nos han hecho creer que somos un propósito, o cuando menos un resultado, y que por eso hay que alentar la esperanza con la imaginación y avivar el pasado con la memoria. Pero lo que callaron, o parecían no saber, es que también la esperanza y el recuerdo son hijos de la pasión, del aquí y ahora, de ese otro tiempo que no conoce el perdón.