Una asignatura interdisciplinar es aquella que necesitamos conocer para entender cualquier cosa. Los actuales sistemas educativos, al menos los nuestros, nos quieren vender la idea de que la interdisciplinariedad se puede crear, se puede inventar, como cualquier otra técnica o artificio. Los intentos políticos de convertir un idioma extranjero en la lengua vehicular o de tecnologizar los procesos formativos son un ejemplo claro de ello. Pero no siempre ha sido así. Otras veces, en el pasado, asignaturas como historia, filosofía, semántica, tenían una especial importancia, y no tanto por lo que decían como por su condición de asignaturas interdisciplinares.
El carácter interdisciplinar de la historia se sustenta en una determinada filosofía por la que se considera la historia como un camino tendente a un fin, ya sea la verdad, el bien o la justicia. La idea es que todo profesor debería ser, al mismo tiempo, un historiador de su disciplina, porque la enseñanza, si ha de ser efectiva, ha de discurrir históricamente. Así lo expresa Neil Postman en Tecnópolis: “Porque enseñar, por ejemplo, lo que sabemos hoy de biología sin enseñar también lo que supimos antes, o lo que creíamos que sabíamos, es reducir el conocimiento a un mero producto de consumo. Es privar a los estudiantes de un sentido del significado de lo que sabemos y de cómo lo sabemos. Enseñar el átomo sin Demócrito; la electricidad sin Faraday; la ciencia política sin Aristóteles o Maquiavelo, o enseñar música sin Haydn es negar a nuestros estudiantes el acceso a «la gran conversación».”
Asimismo, convertir la filosofía en la asignatura vertebral del currículo exigiría del profesorado un alto grado de reflexión y de análisis sobre los contenidos que tuviera que impartir. Todo docente debería ser, antes que un especialista, un filósofo de su materia: de la ciencia, de la tecnología, de la política, del arte, de la religión. Por ello, no sólo trataría de proveer a sus alumnos de los conocimientos fundamentales, sino que les instaría a reflexionar sobre cuestiones metarreferenciales del tipo "qué es la verdad científica", "cuáles deben ser las condiciones óptimas de un experimento científico para que sea válido", "a qué llamamos una forma de gobierno juta", "qué es la belleza" o "si podemos demostrar la existencia de Dios".
El carácter interdisciplinar de la historia se sustenta en una determinada filosofía por la que se considera la historia como un camino tendente a un fin, ya sea la verdad, el bien o la justicia. La idea es que todo profesor debería ser, al mismo tiempo, un historiador de su disciplina, porque la enseñanza, si ha de ser efectiva, ha de discurrir históricamente. Así lo expresa Neil Postman en Tecnópolis: “Porque enseñar, por ejemplo, lo que sabemos hoy de biología sin enseñar también lo que supimos antes, o lo que creíamos que sabíamos, es reducir el conocimiento a un mero producto de consumo. Es privar a los estudiantes de un sentido del significado de lo que sabemos y de cómo lo sabemos. Enseñar el átomo sin Demócrito; la electricidad sin Faraday; la ciencia política sin Aristóteles o Maquiavelo, o enseñar música sin Haydn es negar a nuestros estudiantes el acceso a «la gran conversación».”
Asimismo, convertir la filosofía en la asignatura vertebral del currículo exigiría del profesorado un alto grado de reflexión y de análisis sobre los contenidos que tuviera que impartir. Todo docente debería ser, antes que un especialista, un filósofo de su materia: de la ciencia, de la tecnología, de la política, del arte, de la religión. Por ello, no sólo trataría de proveer a sus alumnos de los conocimientos fundamentales, sino que les instaría a reflexionar sobre cuestiones metarreferenciales del tipo "qué es la verdad científica", "cuáles deben ser las condiciones óptimas de un experimento científico para que sea válido", "a qué llamamos una forma de gobierno juta", "qué es la belleza" o "si podemos demostrar la existencia de Dios".
Finalmente, el conocimiento interdisciplinar de la semántica sería extremadamente útil para el
desarrollo de la inteligencia y la identificación de los principios
fundamentales del lenguaje. La semántica no sólo trataría de los diversos usos
del lenguaje, sino de la relación entre las cosas y las palabras, los símbolos y
los signos, las afirmaciones basadas en hechos y opiniones, la gramática y el
pensamiento. Los alumnos, independientemente de la materia que cursaran, reflexionarían en todo momento sobre el sentido y la verdad de lo que están leyendo y escribiendo, descubriendo con ello los supuestos subyacentes de lo que se les dice. Al profesor se le exigiría, antes que nada, ser un lingüista.
Frente a estas alternativas, la pretensión actual de convertir las asignaturas vehiculares (como un idioma extranjero o el lenguaje tecnológico) en materias interdisciplinares, y, por tanto, exigibles a todo el profesorado, no sólo atenta contra el sentido natural del conocimiento, sino que acarrea un problema que no existiría en el caso de que fueran la historia, la filosofía o la semántica las asignaturas vertebrales. Y es que la introducción de artificios genera siempre una nueva realidad. En este caso, la introducción de una asignatura instrumental como el eje vertebral de la enseñanza genera un nuevo objeto de conocimiento, con lo que cambian las condiciones de accesibilidad al conocimiento de cualquier materia. Si hacemos del medio un fin y convertimos el dominio de las TICs o de un idioma extranjero en la condición de la enseñanza, ponemos al alumno ante un nuevo objeto de conocimiento (el lenguaje tecnológico, el idioma extranjero), que, como tal, exige de nuevas pautas de aprendizaje, de una nueva historia, de una nueva filosofía, de una nueva semántica.
Frente a estas alternativas, la pretensión actual de convertir las asignaturas vehiculares (como un idioma extranjero o el lenguaje tecnológico) en materias interdisciplinares, y, por tanto, exigibles a todo el profesorado, no sólo atenta contra el sentido natural del conocimiento, sino que acarrea un problema que no existiría en el caso de que fueran la historia, la filosofía o la semántica las asignaturas vertebrales. Y es que la introducción de artificios genera siempre una nueva realidad. En este caso, la introducción de una asignatura instrumental como el eje vertebral de la enseñanza genera un nuevo objeto de conocimiento, con lo que cambian las condiciones de accesibilidad al conocimiento de cualquier materia. Si hacemos del medio un fin y convertimos el dominio de las TICs o de un idioma extranjero en la condición de la enseñanza, ponemos al alumno ante un nuevo objeto de conocimiento (el lenguaje tecnológico, el idioma extranjero), que, como tal, exige de nuevas pautas de aprendizaje, de una nueva historia, de una nueva filosofía, de una nueva semántica.