Uno de los programas educativos actuales para favorecer el estudio de una segunda lengua es el Proyecto de Sección Bilingüe, implantado ya en la totalidad de la comunidades autónomas y con visos de extenderse por los centros de enseñanza secundaria. La idea es sugerente: que el alumno ejercite lo más posible la lengua extranjera que quiera aprender estudiando otras asignaturas, como Geografía e Historia, Educación plástica y visual, Educación para la ciudadanía, Educación Física, Matemáticas, Tecnología, en ese idioma. Sin entrar en los problemas pedagógicos, laborales o jurídicos que la implantación actual de este programa puede generar, me gustaría reparar en la falacia en la que se sustenta dicho programa. Y, bueno, en matemáticas todavía me pudieron enseñar (afortunadamente en castellano) que un sistema lógico apoyado en una falacia es inconsistente. El sofisma es el siguiente: Si al profesor participante del Proyecto de Sección Bilingüe se le exige un determinado nivel de inglés, francés o alemán (B2) es porque se entiende que va a necesitar de dicho nivel para participar adecuadamente en el programa. Entonces, si en efecto, como es su obligación, hace uso de ese nivel en sus clases, el alumno, principal destinatario del programa, no va a poder entenderle, pues precisamente la finalidad del programa consiste en que el alumno domine no ya ese nivel del idioma extranjero, sino otro inferior. Es decir, estamos presuponiendo que para realizar adecuadamente el programa se requiere haber conseguido lo que se pretende con dicho programa, y esto, señores, es una petición de principio.
sábado, 29 de enero de 2011
jueves, 27 de enero de 2011
¿Y si Nietzsche tuviera razón?
Quien aprende, se dota a sí mismo de talento -sólo que no es tan fácil aprender, y no es cosa de la mera voluntad, hay que poder aprender (Friedrich Nietzsche)
Imagino que lo mismo que el entendimiento tiene sus límites, las posibilidades de aprendizaje tampoco son infinitas. De hecho, por poner un ejemplo, en su época nadie más que Nietzsche pudo aprender lo suficiente para acabar superando la filosofía anterior. El aprendizaje, o la capacidad para aprender, tiene sus límites, sus fronteras, que naturalmente no son fijas e inamovibles, sino todo lo contrario, conforme el aprendiz va asimilando nuevos conocimientos dichas fronteras se amplían. Podría decirse que el conocimiento conlleva un aumento de nuestras posibilidades de conocimiento.
Si el criterio para discernir las posibilidades de conocimiento es justamente la cuantía de conocimientos que un alumno pueda tener, no entiendo por qué forzosamente a los alumnos se les tiene que agrupar ateniéndose a su edad biológica. He tenido alumnos de 2º de la ESO que en clase me han planteado preguntas que solo algunos de 2º de Bachillerato han podido hacerme, y al revés, en estos cursos más elevados los hay que todavía no saben dotar de sentido a las oraciones. El problema se agrava cuando el profesor se encuentra con que a unos cuantos alumnos, los más aventajados, les resulta demasiado fácil la materia, pero a otros tantos los mismos contenidos se les hacen tediosos e incomprensibles. ¿Cómo es entonces posible atender a la diversidad, cuando ésta, lejos de ser una excepción, es la norma?, ¿cómo un solo profesor puede ser capaz de adecuar y equilibrar la exigencia que conlleva su especialidad a las posibilidades de aprendizaje de sus alumnos?
Resulta que para ser buenos profesores deberíamos de ser capaces de desdoblarnos en tantos grupos de alumnos como posibilidades de aprendizaje hay en un mismo curso. La situación es la misma que si a un cirujano le obligáramos a intervenir en diferentes operaciones, unas más graves que otras, en una misma sesión. ¿No nos parecería una locura asistir a un hospital donde nos dijeran que a nuestro familiar le van a intervenir junto a otros veinte con diferentes sintomatologías? Lo que no entiendo es por qué sólo a unos pocos les escandaliza la situación que actualmente se está viviendo en las aulas españolas. No podemos exigir a la Administración que cada alumno tenga su profesor, pero sí que el gasto se destine fundamentalmente a favorecer una educación basada en la atención a las posibilidades de aprendizaje de cada alumno y en la consideración y respeto de la labor docente. Os aseguro que la calidad de la docencia se incrementa sustancialmente si estamos ante un grupo de 10 ó 15 alumnos que si nos encontramos con 30 ó 35, y más todavía si entre esos 10 ó 15 alumnos no hay gran disparidad en cuanto a sus posibilidades de aprendizaje. Y no olvidemos que las posibilidades de aprendizaje de los alumnos dependen directamente del clima de trabajo con que se encuentra el profesor en las aulas, y no de tanto programa educativo de ampliación o refuerzo de materias. Quizá, gastando un poco más en lo que la mayoría de profesores demandamos, después habría que gastar menos en tratar de reducir o camuflar el fracaso escolar imperante en nuestro país.
miércoles, 5 de enero de 2011
¿Investigación o psicopedagogía?
En su reciente ensayo Nunca fue tan hermosa la basura, José Luis Pardo nos dice: Si alguien se hubiera limitado a decirnos que los institutos de bachillerato o las universidades son demasiado caros, que la ilustración como instrumento de emancipación y de justicia social ya no resulta rentable y que hay que acometer su reconversión para transformar los antiguos establecimientos de enseñanza y de investigación en modernas expendedurías de conocimiento rápido o conocimiento basura al estilo de las empresas de trabajo temporal y precario, esto nos habría resultado muy penoso desde el punto de vista profesional y personal, pero también muy conocido si tenemos alguna experiencia y alguna memoria de clase trabajadora. Lo verdaderamente deshonroso es que esta humillación se ha envuelto en los ropajes de una revolución del conocimiento sin precedentes que llevará a nuestros países a alcanzar altas cotas de progreso y puestos de cabeza en el hit parade internacional de la innovación científica. (p.274)
Enseguida José Luis Pardo arremete contra la tendencia estatal de favorecer ese conocimiento rápido y perverso con la implantación de programas o másters como el máster de psicopedagogía, de obligado cumplimiento para cualquiera que quiera ejercer como docente en nuestro país. El autor, con razón, critica la actual implantación en el sistema educativo español de la doble opción que se le abre a un licenciado de cualquier especialidad. Una de las posibilidades consiste en cursar el máster de investigación, sin apenas salida inmediata profesional y adecuado solo a los alumnos que disponen de los recursos económicos suficientes para posponer la tarea de buscar trabajo. La otra posibilidad, más viable, consiste en hacer el máster de psicopedagogía, que es un requisito indispensable para ejercer como docente en la enseñanza secundaria. El hecho es que la obligatoriedad de cursar este máster dificulta enormemente la preparación del futuro docente en cuanto que éste se ve obligado a preparar temas que nada tienen que ver con su disciplina y que, por tanto, le van a alejar temporalmente de la preparación que exige un trabajo como el de profesor.
A nuestro entender este tipo de programas vulnera un principio esencial en la educación: para enseñar hay que ser un buen alumno, por tanto, hay que cultivar el conocimiento de la materia, disponer de tiempo para asimilar la complejidad que presenta cualquier disciplina de conocimiento...cosa que no se produce si el futuro docente se ve obligado a profundizar en temas alejados de su disciplina. Por otro lado, el Estado parece olvidar que la mejor herramienta del docente en su trabajo es el conocimiento, sin el cual se sentirá perdido ante los problemas o las dudas que le planteen sus alumnos. No debemos olvidar que los profesores no somos psicólogos y, por tanto, que no debemos ejercer como tales ante los alumnos que presenten problemas para el aprendizaje. Nuestro cometido se reduce a informar a los padres y tutores de los problemas de los alumnos, pero ha de ser un profesional el que procure solucionarlos.
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