En un post anterior, que titulé Filosofía como conocimiento radical, integral y necesario, decíamos que la filosofía ha ido acotando progresivamente el objeto de su investigación a lo largo de su historia. Pronto la filosofía cede su esfuerzo por comprender el funcionamiento de la naturaleza a la ciencia y centra su ocupación en analizar y clarificar la significación de conceptos como el de 'ser', 'devenir', 'sustancia' o 'causa', que no sólo llenan las páginas de los tratados científicos del momento, sino que además son necesarios para construir los axiomas y postulados científicos.
La filosofía pronto se convierte en el suelo que necesita todo científico. En efecto, ¿cómo podría el sociólogo ponerse a analizar los problemas que amenazan con desvertebrar las sociedades sin tener una idea sobre lo que es una sociedad?, y el político, ¿no necesita contar con una idea, aunque sea vaga y confusa, de lo que es la justicia para ponerse a pensar en modelos justos de organización política?, ¿podemos fijar la atención en la naturaleza, la vida, el ser humano, las sociedades, la felicidad o la justicia sin tener una idea más o menos clara sobre lo que estas cosas son? Es fácil suponer que la definición antecede a todo ejercicio de observación e investigación científicas, y por ello decimos que las ciencias necesitan de la reflexión y el análisis filosóficos.
¿Pero cuándo se desarrolla la filosofía? En el post mencionado concluíamos definiendo la filosofía como un intento de clarificar aquellos conceptos con los que cuenta el científico pero en cuyo significado él no siempre repara. Y no lo hace porque dichos conceptos, tras su uso reiterado de generación en generación, como bien intuye Nietzsche, llegan a perder su fuerza significativa y acaban vaciándose de contenido. Entonces, ante la desazón que provoca descubrir que nuestras concepciones del mundo y del hombre se componen de términos desprovistos de significado y que allí donde creíamos que había suelo firme en realidad no hay nada, emerge con fuerza el deseo vivo de reencontrar para esas ideas fundamentales una nueva significación que las dote de sustento y vigor conceptual. Así nace la filosofía.