Si
algo está poniendo de manifiesto la pandemia es que ya no hay acontecimientos
como los de antes. Y no porque los de ahora sean menos virulentos, avasalladores
o devastadores. Los lobos siguen acechando en la noche que nadie ve. Tampoco porque ahora seamos más capaces de
conjurar el Dolor y la enfermedad, como si el uniforme de la técnica pudiera
protegernos de aquello que la mueve. Murió
la Verdad. Eso sí que tuvo que ser un acontecimiento, con mayúsculas, como la llegada a la Luna, la división
del átomo o la gripe española. No como los de ahora, que solo acontecen.
Porque…,
¿hay algo que hoy congregue a su alrededor? ¿Algo que sea motivo de verdadera
celebración? ¿O de veneración? ¿O de expectación? ¿O de horror? ¿Está siendo
esta pandemia un Acontecimiento? La pandemia se ha radiado, televisado,
seguido, escenificado, controlado, llorado, documentado, consumido, explotado,
sobreexplotado... Se ha hecho de ella un nuevo espectáculo. Desde el primer
momento se ha puesto al servicio de la «segunda consciencia», ésa que dentro de
la gran maquinaria funciona como el ojo artificial responsable de registrar los
datos para luego rellenar las estadísticas y las páginas de los telediarios. Se ha hecho de ella un participio.
Se ha adjetivado, calificado, clasificado, ocupando el lugar sustantivo el ojo
clasificador. En ningún momento el Acontecimiento ha sido protagonista de nada.
Los cuadros no la situarán en el centro de la escena. En su lugar se dibujarán
estados anímicos, yoes vociferando, gráficas compitiendo; en el mejor de los casos, el estado en que se encuentra la lucha. Murió el acontecimiento.
“Ha de ser grande el poder capaz de someter al ser humano a las mismas exigencias que se le hacen a una máquina.” (Ernst Jünger, Sobre el dolor)
Murió la Verdad, Francisco de Goya