Los grandes colonos de nuestros días, que verán crecidas sus arcas mientras el mundo de los de abajo se desmorona, han basado su ambición en el único objetivo de convencernos de que cuanto pensamos, sentimos y queremos debe ser exhibido, anunciado, para que adquiera el estatuto de realidad. En el momento en el que uno ya no mira el mundo, o no experimenta el brillo en la mirada de los demás, y en su lugar aparecen ojos artificiales colgados de los infinitos alambres que pueblan hogares, ciudades y mares, se confirma, una vez más, el poder de quienes hacen de la falta el alimento para capturar la vida entera.
Sin embargo, lo que no saben estos capturadores es que la vida sólo puede ser amada, y cantada.
"En el sistema tecnológico ocurre todo lo contrario. Sus
moradores no dejan de estar constantemente conectados. La hipercomunicación
garantiza la transparencia. Son los mismos «usuarios» los que gozan
exhibiéndose en rituales de exposición que nadie pone en duda. Cualquier viaje,
cualquier celebración, comida o suceso tiene que ser anunciado en la red. Si no
se hace así parece que no alcanza el estatuto de realidad. A diferencia de lo que
narra Kafka al final de El proceso, la vergüenza ya no nos
sobrevive. El sistema tecnológico impone la lógica de la exhibición
total, de la afirmación sin límites, de la positividad extrema, de la
desvergüenza." (Joan-Carles Mèlich, La fragilidad del mundo)