martes, 11 de octubre de 2022

El cuarto olvidado

La Bella durmiente siempre me pareció un cuento inquietante. Quien evoque el relato de los hermanos Grimm verá al rey quemar todos los husos del reino, pero sin que su determinación logre esconder a los ojos de la hada maliciosa, ni de la niña, ese cuartito oscuro olvidado: "Sucedió que en el día en el que cumplía precisamente quince años, los reyes no estaban en casa y la muchacha se quedó sola en palacio. Entonces, escudriñó todos los rincones, miró todas las habitaciones y cámaras que quiso y llegó a una vieja torre. Subió la estrecha escalera de caracol y llegó ante una pequeña puerta. En la cerradura había una llave oxidada, y cuando le dio la vuelta, la puerta se abrió y en el pequeño cuartito estaba sentada una vieja con un huso que hilaba hacendosamente su lino.”

Sin embargo, lo verdaderamente desconcertante es el silencio al que los padres condenan a su hija, que no sabe nada de maleficios, de cuartos oscuros ni de husos. La ingenuidad con la que ella descubre a la vieja hilando revela que no había recibido ningún tipo de prevención ni de conocimiento sobre el asunto, ocultándosele cualquier fuente de temor, pero también condenándole a no poder elegir llegado el momento. La niña no es responsable de desobediencia porque todavía no sabe elegir. Precisamente, es su condición de ser curioso, su amor incivilizado a lo desconocido, lo que condena al reino, y a ella misma, al dolor y a la inconsciencia: “-Buenos días, anciana abuelita –dijo la hija del rey-. ¿Qué haces? –Estoy hilando –contestó la vieja meneando la cabeza. -¿Qué cosa tan graciosa es eso que salta tan alegremente? –dijo la muchacha, cogiendo el huso y queriendo también hilar.”