sábado, 27 de octubre de 2018

Palabras justas y medidas

Es ya un hecho, social e íntimamente reconocido, que quien domina los metalenguajes, del signo que sean y de la bandera de la que procedan, acaba teniendo su lugar en el ámbito en que se mueva. El mío es la educación, y tras más de doce años formándome en ella, uno ya es testigo de cómo la sensibilización a estos metalenguajes ha ido desplazando, silenciosa pero implacablemente, al reconocimiento de la vieja maestría que encarnaba quien día a día se afanaba en dominar su lenguaje. Ahora el maestro ha colgado su hábito tras las polvorientas vitrinas y tiene que ponerse al día para actualizar un sin fin de programaciones e iniciar yo que sé qué planes de acción. La exigencia de atención a la diversidad, capaz de desorientar al más avezado equipo de orientadores, o los inacabables formularios, informes y programas, que aniquilan al más humano de los corazones, ponen sobre la mesa indómitas tareas que acaban maquinizando incluso al más díscolo de los maestros. Sí, de hacernos máquinas inconscientes va la cosa, como si siempre lo hubiéramos sido.

Sin embargo, lo que ningún protocolo puede arrebatarnos es la responsabilidad de mantener viva la primera llama de la juventud, por la que marchábamos jubilosos a la busca de un libro, una frase o una palabra. Sí, esa palabra, justa y medidamente pronunciada, en el momento adecuado, que puede encender para siempre la llama de quienes tenemos enfrente, es la que, a fuerza de golpearnos, debemos cuidar y regar hasta que ya nadie pueda escucharnos.

jueves, 11 de octubre de 2018

Afectaciones totales

Hay conocimientos sensitivos y los hay también suprasensitivos. El aroma del tomillo, el tono rojizo de las viñas en otoño, la rugosidad de una piel, ponen en juego alguno de nuestros sentidos, de ahí que su ejercicio se agote en cuanto cesa la fuente de excitación. No ocurre lo mismo con aquellos otros conocimientos, del orden de lo extraordinario, que ponen en juego todo lo que somos. En estos casos la totalidad del ser se ve afectada. Como el fuego, una experiencia suprasensitiva transforma todas las cosas que encuentra a su paso y sólo su propio principio, algo así como un contrafuego, puede ponerle freno.


Si bien extraordinaria, esta experiencia puede sobrevenir en cualquier momento: un enamoramiento de la infancia, un encuentro epifánico, una revelación eidética, un dolor irreparable... Sea el modo como se manifieste, una vez que el ser se ve afectado integralmente no puede sino padecer los efectos de dicha afectación. En términos clínicos, el organismo pasa de estar enfermo a ser un organismo enfermo. Y quien es un enfermo es también un impedido. Afectado en su ser, no puede más que prestar atención al resultado de dicha afectación, quedando todo lo demás, el mundo y los otros, en un tercer plano. Incluso si, sumido en la desesperación, el paciente busca experiencias que deshagan el contenido suprasensitivo, éste siempre acaba imponiéndose a aquellas. Y es que el orden de lo sensitivo no puede arrinconar lo suprasensitivo, precisamente, porque éste incluye lo sensible.

Reflexión del 11 de octubre

viernes, 5 de octubre de 2018

El profesor que se hizo a sí mismo

Es sorprenderte comprobar que el grupo hace la clase, y el alumno al profesor. Cuando las miradas están fijadas, como la del niño en el gesto del padre o la del enamorado en el de ella, de quien sabremos sólo nos quedará su nombre, sobran las comas y los puntos. ¿Pero a partir de qué momento la educación ya no puede educar? Una alumna asentía cuando confesaba que el conocimiento, como la curiosidad, sólo puede ser uno. ¿A qué temprana edad lo aprendió? Quizá al leer Las mil y una noches; quizá con el pasaje del guardián de Kafka que custodia la justicia. ¿O sería con La invención de Morel de Bioy Casares? ¿Acaso le condujeron a ello las Reglas para la dirección del espíritu de René Descartes, o fueron todas ellas? En cualquier caso, eso ya lo sabía.
 

¿Pero qué se encuentra más allá de las palabras que las hace portadoras? ¿Qué escondía la mirada de aquella alumna que ya sabía de tus palabras? ¿Acaso un deseo de ver en otro sus pensamientos? ¿Un anhelo desesperado de complicidad? ¿O un túnel por el que conectar consigo misma? Su mirada, sin embargo, sí logró sacarnos de la monotonía del horario y hacernos escuchar, aunque fuera por unos instantes, al profesor que se hizo a sí mismo.