sábado, 26 de enero de 2013

Fuera del cerco. 1.945.

El apátrida General va muriendo en una decadente espera, repasa la última comunicación recibida y con las manos tapa su cara.

“No ha habido novedades, no hay nada que hacer” eso decía.

Aún tuvo cuajo para redactar una última arenga pero el teléfono no dijo nada, se acabó.

Cuando sólo queda pedir perdón a la bandera, la tuya, recuerdas con añoranza los días de la guerra, aquellos maravillosos tiempos en los que el frenesí de las derrotas te dejaba soñar con una última ofensiva, la decisiva.

Tu ejército ahora cría malvas o se pudre entre dos rejas, y no te queda nada, la diplomacia nunca da crédito a un General sin divisiones.

En el exilio también hay salud y república, y varios compinches para echar la partida, pero no hay invierno ni verano, todo tiene el mismo sabor.

Lanzas un mensaje a la otra orilla y afinas el oído, rezas para escuchar jaleo dentro del cerco y volver a combatir con tus muchachos, aunque sea de noche, pero no se oye ni una mosca, ¡nada!, ¿pensará mi pueblo que yo soy el enemigo?.

Y un escalofrío, una gélida sacudida que timbra en la parte posterior de tu cabeza, te despierta a media noche, ¿se marchitarán mis paisanos en un triste blanco y negro?.



Un extraño pájaro blindado envuelve tus piedras, has fracasado, no encuentras la manera de abatirlo y cumplir tu cometido: acabar con la dictadura del miedo.


Samuel Porcel Dieste.

miércoles, 16 de enero de 2013

Aforismos XIII

Mientras el médico da vida a los cuerpos y el ingeniero a las máquinas, el filósofo hace mover el pensamiento.

No filosofamos porque somos, sino que somos porque filosofamos.

La filosofía responde a una demanda del ser, no aspira a nada.

La ciencia existe no porque el mundo sea racional, sino porque tampoco es irracional.

El sueño es la primera manifestación artística.

El lenguaje de lo inconsciente consiste en una irradiación organizada de sensaciones.

El lugar del que provienen los sueños es el mismo del que proviene la vida.

sábado, 12 de enero de 2013

Enero de 1.943

Enero de 1.943. Cuando cambian las tornas el diablo pierde el juego y la paciencia.

Observas desde la última fila como va cediendo el dominó, la espada se acerca, la pared se mantiene, bienvenido a la vanguardia.

El decrépito General sigue escupiendo órdenes y finge controlar la situación pero cuando decide arrojar sus últimas fichas sobre el tablero el pulso le delata y ya no te mira a la cara.

Tu batallón es un amasijo de chatarra y carne mutilada, títeres timoratos y tres o cuatro suicidas en busca de una medalla. Y nada más.

Te ajustas el casco de campaña, buscas un espejo, no te reconoces, el ritual resulta extraño y todo parece una pesadilla pero la artillería enemiga zarandea las bombillas de la última guarida y es la hora de salir.

En la antesala del matadero, cuando el enemigo pasa la cuenta y tú eres la última moneda, el comandante ya no parece tan buena compañía y borrosas van quedando las noches de tocata y fuga en el puesto de mando.

Y no será Dios quien te juzgue, no habrá cumpleaños para difuminar tus pecados, ni falso arrepentimiento en el último suspiro, el enemigo maneja los tiempos.

Para ti la guerra empieza y acaba el mismo día, qué cosa más rara.
                                                 
El Alto Mando aguantará un poco más, han puesto precio a su cabeza pero volarán primero la tuya.



Samuel Porcel