Enero de 1.943. Cuando cambian las tornas el diablo pierde el juego y la paciencia.
Observas desde la última fila como va cediendo el dominó, la
espada se acerca, la pared se mantiene, bienvenido a la vanguardia.
El decrépito General sigue escupiendo órdenes y finge
controlar la situación pero cuando decide arrojar sus últimas fichas sobre el
tablero el pulso le delata y ya no te mira a la cara.
Tu batallón es un amasijo de chatarra y carne mutilada,
títeres timoratos y tres o cuatro suicidas en busca de una medalla. Y nada más.
Te ajustas el casco de campaña, buscas un espejo, no te
reconoces, el ritual resulta extraño y todo parece una pesadilla pero la
artillería enemiga zarandea las bombillas de la última guarida y es la hora de
salir.
En la antesala del matadero, cuando el enemigo pasa la
cuenta y tú eres la última moneda, el comandante ya no parece tan buena
compañía y borrosas van quedando las noches de tocata y fuga en el puesto de
mando.
Y no será Dios quien te juzgue, no habrá cumpleaños para
difuminar tus pecados, ni falso arrepentimiento en el último suspiro, el
enemigo maneja los tiempos.
Para ti la guerra empieza y acaba el mismo día, qué cosa más
rara.
El Alto Mando aguantará un poco más, han puesto precio a su
cabeza pero volarán primero la tuya.
Samuel Porcel
3 comentarios:
Buenísimo, Sam. Me quedo con "Y no será Dios quien te juzgue, no habrá cumpleaños para difuminar tus pecados, ni falso arrepentimiento en el último suspiro, el enemigo maneja los tiempos." Besos
Cada día más fuerte, tu relato. Apunta alto, hace daño, te obliga a mirar de frente y no deja sacudirte tus propios manchurrones.
Bravo.
Me ha llegado al alma: ¡vaya relato! Enhorabuena
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