En su estudio sobre las posibilidades tecnológicas aplicadas al control y manipulación de la naturaleza humana, el escritor
medievalista C.S. Lewis advierte la necesidad de asumir
dogmáticamente principios éticos absolutos y universales que disuadan de
cualquier tentativa de aplicar dichas técnicas según el capricho o la arbitrariedad
de aquellos que las posean. Este dogmatismo -piensa él- no es arbitrario, no responde a un
capricho, más bien resulta necesario, urgente, ahora que el
hombre en su ascenso al poder, con el dominio de la manipulación genética y prenatal, está más próximo de
alcanzar el control absoluto sobre la Naturaleza. Somos más poderosos que nunca, de ahí que tengamos que ser
más impositivos que nunca. De otra forma, se pregunta Lewis, ¿qué razón habría
para suponer que los Manipuladores, poseedores de la técnica para
inculcar en la naturaleza de las generaciones venideras una nueva conciencia moral, no optaran por
crear auténticos esclavos, sociedades enteras regidas por el principio ético de
que, en toda circunstancia, debe obedecerse a los tiranos? Ninguna, piensa Lewis.
Nosotros vamos a optar por asumir el fracaso de la propuesta de Lewis, vamos a considerar que, en una situación así, los Manipuladores resolvieran deshacerse de cualquier principio ético y universal que les limitara u obstaculizara en su afán de poder, y, de esta forma, pudieran ejercer libremente el dominio sobre la humanidad. Esta pequeña élite de hombres, poseedora de aquellas técnicas manipulativas, se encontraría, sin embargo, con una dificultad insalvable: si, para ejercer su poder sin temor a represalias y prevenir cualquier indicio de inconformismo que diera origen a la sublevación, los Manipuladores optaran por ofrecer todo cuanto desearan a los sometidos, contentándolos en todo, estos verdaderamente no estarían subyugados, ya que, en tal circunstancia, no habría ninguna imposición u opresión externas sobre su voluntad; si, por el contrario, haciendo uso de su poder manipulativo, los Manipuladores desproveyeran a los sometidos de la capacidad de querer, de oponer resistencia, de luchar por lo que se cree justo, salvando así la posibilidad de la rebelión, entonces someterían a bestias, salvajes, pero en ningún caso a seres humanos. En ambos casos los Manipuladores fracasarían en su pretensión de someter a la humanidad.
La única forma de que estos fuesen tiranos sería negando derechos y
atribuciones a los ciudadanos, pero preservando su naturaleza, es decir,
permitiéndoles la posibilidad de la lucha y la sublevación. En este
caso, los Manipuladores podrían alcanzar su objetivo de ejercer un dominio
total sobre el ser humano, pero a condición de renunciar a parte de su poder
manipulativo (por ejemplo, no podrían alterar la naturaleza humana de forma que ésta dejara de ser "humana") El
Manipulador, por tanto, se encuentra en todo caso con una limitación insalvable: si decide ejercer todo su poder manipulativo, ya no puede comportarse como un tirano; si, por el contrario, se comporta
como un verdadero tirano, tiene que renunciar a su condición de Manipulador. Y es que el tirano necesita contar con la libertad del súbdito para apoderarse de ella.