Así éramos en los noventa, y en los pueblos,
todos bien juntos, abrazados, despreocupados, sin pensar muy bien lo que
vendría porque era el día siguiente lo que importaba. Venía Bonanza, una
orquesta del verano que llenaría las carreteras y las barras, con aquellas
birras y cubatas, y bocadillos de casa de tortilla de patata. Y las cinco de
nuevo, con esos amaneceres ya sin bocadillo y el último cigarrillo. Otros
tiempos.