En su artículo que hoy trae el blog literario Boomerang Víctor Gómez Pin
llama la atención sobre el hecho de que la defensa y desarrollo de las éticas
del deber -como la kantiana o la animalista- supone la entrada en escena de un
sentimiento esencialmente moral. Se trata del sentimiento de la compasión. Por
él dejamos de pensar en nosotros mismos, en nuestra individualidad, y salimos
al otro como quien abre la ventana en un día de sol para mirar al exterior. Por la compasión dejamos de estar en el mundo como está quien espera ser
o no correspondido, para vernos como parte de un todo sufriente y sufrido.
El ser humano ya no está concentrado en sí mismo, sino que, por decirlo así, se
hace transparente y experimenta lo propio en lo extraño. Por la compasión el
mundo de los otros se abre a nosotros. Y así, a propósito del auge de las
éticas animalistas, se pregunta Gómez Pin si no es esta actitud de puro y
kantiano desinterés por el bien de otras especies una prueba de la
radical y absoluta singularidad de nuestra especie.
Sería interesante, en este sentido, volcarse sobre este sentimiento de la compasión –esencialmente misterioso, incógnito- y así aclarar algo más el origen de tantas construcciones que, como la ética kantiana o animalista, se han formado a partir de él. Porque, por lo mismo que la compasión nos lleva a esa actitud de puro desinterés por el bien de otras especies, nos pone ante esta otra actitud de desinterés por el bien de nuestra propia especie; salvando, claro está, los reduccionismos e ilusionismos de quienes enarbolan banderas por apatía o desasimiento: «Desconfía de aquel que dice: si no ayudamos exclusivamente al gran todo, es imposible prestar ninguna ayuda. Esa es la mentira de la vida de aquellos que no quieren ayudar en la realidad y se excusan con grandes teorías de su obligación en el caso concreto y determinado. Racionalizan su falta de humanismo»”. (Horkheimer)