Muchas veces producimos sin ser conscientes
de que producimos y de lo que producimos. En su entrada de hoy, “Tiempo libre”,
el filósofo Fernando Broncano advierte de esta nueva forma de laboriosidad
disfrazada con el traje del tiempo libre y ocio, y cito: “¿Cuán libre es el tiempo libre? Si observamos
atentamente, si nos observamos atentamente, en los tiempos de ocio y no caemos
en los autoengaños que genera la industria de la felicidad productiva,
concluiremos que el tiempo libre está mucho más limitado de lo que parece:
trabajamos emocionalmente creando presentaciones de la persona en un espacio
social definido por marcas, iconos, formas de comportamiento que apuntan a una
presencia constante de apariencias de felicidad y experiencia de libertad como
modo de relación. Pero tales experiencias están profundamente marcadas y
reguladas por los entornos sociales y técnicos. “Escuchar música”, es decir,
crear autoespacios de intimidad definidos por los nichos de aparatos técnicos
de escucha que crean subjetividades separadas. O lo contrario: “ir a un
concierto” que no es un concierto de cuerpos sino una industria de viajes,
consumos, alojamientos, preparaciones de escucha mediante compras de discos o
atención a las plataformas de la escucha,… O cultivar una huerta facilitada por
el ayuntamiento o comprada en los alrededores de la ciudad, en donde el trabajo
parece no ser asalariado aunque sigue siendo productivo en el consumo de las
inmensas industrias del bricolage y el tiempo libre organizado. O el deporte,
el turismo y el viaje, que exigen una preparación de vestimenta deportiva
adecuada, de branding, de presentación productiva del cuerpo en sociedad,
subido a una bicicleta de marca o calzado por unas deportivas reconocibles. O
simplemente permanecer libremente en el sofá atendiendo a la televisión, a las
plataformas de series o a las plataformas de las redes sociales.”
Si el tiempo libre no comienza con el fin de
la jornada laboral, cabría establecer otro criterio para delimitar la ociosidad
que no sea el de entenderla como oposición al trabajo (o tiempo de producción)
Pero no sé si es retirándonos como puede encontrarse esa frontera, porque el
caso es que, pese a quienes se amparan en la impenetrabilidad de la
interioridad ante la fuerza invasiva neocapitalista, ya existe una
poderosísima «industria del retiro», que gestiona, financia y regula un sinfín de
actividades encaminadas al refugio espiritual. Cuando hace solo unos años
veíamos en los bosques lugares donde refugiarnos -aunque imaginativamente- del
trasiego del tráfico y la ciudad, leemos en la prensa que los “baños en el bosque” (Shinrin Yoku) son acogidos cada año por
miles de trabajadores y turistas agotados que imploran una ocasión para reconectar consigo mismos y la naturaleza perdida. Y ahora, también, las estancias monacales se ofertan como
tiempo de paz espiritual para que el caminante pueda encontrar algo de sosiego
y estabilidad emocional en el magma de atolondramiento generalizado. Incluso experiencias de
sublimidad galáctica y onírica –los infinitos de Pascal- ya forma parte de las siguientes
proyecciones comerciales de grandes empresas del sector turístico y espacial, que ya hablan de ofertar paquetes de viajes oníricos o astrales elegidos por el consumidor.
No, no es comportándonos como turistas del retiro
como habremos de hallar el modo de apartar la disciplina del trabajo y
de la producción.